Hay muchos objetos que uno guarda más que por amuleto. Porque tienen una historia que, más allá de lo evidente, se esconden en ellos. Soy de los que los guardan aunque terminen en el fondo de un armario confundiéndose entre sí. Actúan como un álbum de momentos que uno no quiere olvidarse, o como un boleto instantáneo hacia el recuerdo. Y es tan placentero hacer ese viaje, dando vueltas en anécdotas. Observarse a uno mismo hace doce años, seis meses, ayer.
Por eso tardo tanto en ordenar mi habitación.
Gratitud
Gracias aroma azul, fogata encelo. Gracias pelo caballo mandarino. Gracias pudor turquesa embrujo vela, llamarada quietud azar delirio. Gracias a los racimos a la tarde, a la sed al fervor a las arrugas, al silencio a los senos a la noche, a la danza a la lumbre a la espesura. Muchas gracias al humo a los microbios, al despertar al cuerno a la belleza, a la esponja a la duda a la semilla, a la sangre a los toros a la siesta. Gracias por la ebriedad, por la vagancia por el aire la piel las alamedas, por el absurdo de hoy y de mañana, desazón avidez calma alegría, nostalgia desamor ceniza llanto. Gracias a lo que nace, a lo que muere, a las uñas las alas las hormigas, los reflejos el viento la rompiente, el olvido los granos la locura. Muchas gracias gusano. Gracias huevo. Gracias fango, sonido. Gracias piedra. Muchas gracias por todo. Muchas gracias. Oliverio Girondo, agradecido.
Oliverio Girondo
Siempre hay alguien que lo dice mejor.