miércoles, 30 de diciembre de 2009

No nos molesta que bailes mal

¡Salud!, dijo la partera. Y ahí nomás se te llenó el corazón de personitas. Que este sí, que este no, que este más, que este menos. Hiciste historia. Modelaste en alta costura y el tajo te llegó hasta el pecho. Después te abrigaste, te amansaste, te achinaste. Te gusta confundirte. Disfrazarte. Pará la mano, te bajás de la moto, ponés el freno, subís a la vereda, te sentás en el cordón, cortás la pizza en partes iguales para que nadie se pelee. Caminás confusa por el borde del puente. Te tirás al río. Nadas de nadas. Te subís al tren de las oportunidades, para que tu vieja no te hinche más las pelotas. Pero te bajás en la primera estación antes de que llegue el chancho. No la pasás mal. Te reís bastante. Te golpeás bastante. Pero de cada moretón te hacés un tatuaje de colores. Y apretás el pomo después del carnaval. Insistís en viajar con el corazón liviano, pero todo te cuelga. Estás encantada de que esta sea tu vida y no de otro. Pero a veces la cambiás por un títere de dedo. Se te quema el pollo cuando me invitás a comer, y me pedís que lleve la bebida para terminar tomando agua de la canilla. Nadie te digo nada. Porque me causa gracia. Sos dulce al hablarme a los ojos, y no exigir nunca nada. Pasás más tiempo haciéndote una trenza que con tu mamá. Todavía no pintaste el patio porque te gusta tenerlo como cuenta pendiente. Según mi hermano tenés chispa. Para mi hermana tenés piojos. No dejás que se te pongan los ojos tristes adelante de nadie y ahí te vas a las vías a arrancar yuyos y juntar piedras. Armaste un lío con lo de tus vacaciones que nadie te cree cuando decís que te vas a terminar yendo a vivir al norte. Siempre que la veo a tu mamá me pregunta cómo andás. Nadie te olvida. No nos dejaste ni un poquito de ganas de no quererte más. Bailás mejor sola que acompañada. Eso creo que es lo que más triste te pone. Pero a nosotros no nos molesta que bailes mal. Porque es culpa de la música, que te entra por los pies tan fuertemente que al llegar a las rodillas te las parte, dejándote chueca. Y tu cadera gira sin sentido, veloz, juntando fuerza para despegarte y volverte a tu planeta. Chau. Mandá saludos. Acá, por las dudas, ya se te extraña.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Zanahoria rallada

El conejo consiguió trabajo como repartidor de zanahorias a domicilio. La dueña del negocio, una ardilla merquera, no quería conejos trabajando en su local, temiendo que empiece un tráfico de zanahorias paralelo. Pero este conejo, con esa cara de pobre rabbit, era incapaz de planear un fin de semana.
Llevando un pedido al hueco de un sauce, donde habitaban una familia de conejos de la high, conoció a la Coneja Adriana, y como era lógico, se enamoró. Ella no lo registra, tiene las orejas apuntando en otra dirección. Vive soñando secretamente con acostarse con una osa que vive cerca del río. Cada vez que sale a pasear en familia y ve a la Osa Bernarda tomar sol boca arriba, empieza a sentir un cosquilleo en el pompón trasero. Sabe, de todas formas, que la familia Sauce Arriaga no toleraría jamás esa relación.
El conejo repartidor no sufre. Con verla a Adriana cada vez que le alcanza su canasta semanal, es feliz. No aspira a otra cosa.
La noche en que fue interceptado por un grupo de zorros que le desbarataron la canasta y le robaron la poca propina que había juntado, el conejo quedó golpeado y dormido cerca de la cueva de la Osa Bernarda. Despertó a su lado, recostado sobre un colchón de hojas bien acomodadas. La Osa Bernarda le preparó un desayuno rico en proteínas. Le curó una herida detrás de la oreja y lo invitó a quedarse con ella hasta que se sintiera mejor.
La ardilla merquera mandó a un grupo de cóndores a realizar la búsqueda del conejo desaparecido. Cuando encontraron el rastro dejado y llegaron a la puerta de la cueva, la Osa Bernarda, con gruñidos y manotazos, los espantó a todos. "Que nadie lo joda", dijo. El conejo repartidor, más por miedo que por convicción, le agradeció por la ayuda. Vivieron juntos, hibernaron juntos, jugaron juntos.
Frente a ellos siempre pasaba la Coneja Adriana, que miraba al conejo ex repartidor, con sus ojos rojos llenos de ira. Pero el conejo la observaba con una sonrisa de dos dientes, eternamente enamorado, dormido en la esperanza de lo que sabía no iba a pasar. Bernarda, a todo esto, ni enterada. No se caracterizaba por ser observadora, mucho menos sentimental. Amaba al ex repartidor más como a un hijo que otra cosa, aunque cojían como conejos.
Adriana golpeó la puerta del local. La ardilla merquera la recibió en su despacho. Planearon.
Al otro día, bien tempran, cuando la Osa Bernarda dormía como oso, los dos, sigilosos, raptaron al conejo ex repartidor, y prontamente, ex conejo. Lo ataron contra un árbol y lo torturaron. La ardilla merquera le pidió que le devuelva las zanahorias desaparecidas. La Coneja Adriana le pedía consejos para conquistar a la Osa Bernarda. Pero el conejo, con cara de pobre rabbit, asustado como nunca en su vida, no hacía más que llorar. Le empezaron a tirar coquitos, y el pobre murió de un paro cardíaco. Lo abrieron al medio. La ardilla merquera se quedó con la carne, para hacerse un buen asado. La Coneja Adriana se quedó con su piel, se disfrazó de él y se fue a la cueva a descansar al lado de la Osa Bernarda, hasta esperar que despierte.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Para abajo se crece

El gigante que crecía para abajo,
contaba el otro día,
que harto de ver crecer las flores
se mudó a un departamento en el centro.

Los vecinos le hicieron piquete,
le cortaron el agua,
le rompieron el ascensor
y le gritaban de todo.

El gigante que crecía para abajo
sufrió una gran depresión
para la que contrató
a los más expertos psiquiatras.

Ahora toma pastillas para todo,
mañana, tarde y noche,
se fue a Ezeiza a ver despegar aviones
mientras flashea que el cielo se parte.

El gigante duerme ahora en uno
de los galpones del aeropuerto.
Se pone de alarma a una azafata
y sueña con un vuelo interno.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Húmedo y crudo

Aproximadamente una palabra
cada medio segundo.
Y la pileta del baño que rebalsa.
Un miedo tremendo al par de medias.
La resaca dura un día. O una semana.
Crecen tus uñas, crece tu pelo.
Te vas a mirar el techo desde tu cama,
a contar las vueltas del ventilador.
Se enredan las sombras.

Puedo contar medio segundo
entre palabra y palabra.
Ahogar las medias en la bacha.
Ese par que colgaba de la soga.
Crece la lágrima, se secan las ganas.
Te pasa el agua por encima.
El aire del verano afiebra las sábanas.

Las palabras pegadas una tras la otra.
Poner el despertador una hora más tarde.
Patear al aire. Patear el agua.
Porque la sonrisa...
Convertir el par en dos y dejarte la cabeza en otra parte.
Tachá lo que no corresponda
para que salga. Que salga.