miércoles, 30 de diciembre de 2009

No nos molesta que bailes mal

¡Salud!, dijo la partera. Y ahí nomás se te llenó el corazón de personitas. Que este sí, que este no, que este más, que este menos. Hiciste historia. Modelaste en alta costura y el tajo te llegó hasta el pecho. Después te abrigaste, te amansaste, te achinaste. Te gusta confundirte. Disfrazarte. Pará la mano, te bajás de la moto, ponés el freno, subís a la vereda, te sentás en el cordón, cortás la pizza en partes iguales para que nadie se pelee. Caminás confusa por el borde del puente. Te tirás al río. Nadas de nadas. Te subís al tren de las oportunidades, para que tu vieja no te hinche más las pelotas. Pero te bajás en la primera estación antes de que llegue el chancho. No la pasás mal. Te reís bastante. Te golpeás bastante. Pero de cada moretón te hacés un tatuaje de colores. Y apretás el pomo después del carnaval. Insistís en viajar con el corazón liviano, pero todo te cuelga. Estás encantada de que esta sea tu vida y no de otro. Pero a veces la cambiás por un títere de dedo. Se te quema el pollo cuando me invitás a comer, y me pedís que lleve la bebida para terminar tomando agua de la canilla. Nadie te digo nada. Porque me causa gracia. Sos dulce al hablarme a los ojos, y no exigir nunca nada. Pasás más tiempo haciéndote una trenza que con tu mamá. Todavía no pintaste el patio porque te gusta tenerlo como cuenta pendiente. Según mi hermano tenés chispa. Para mi hermana tenés piojos. No dejás que se te pongan los ojos tristes adelante de nadie y ahí te vas a las vías a arrancar yuyos y juntar piedras. Armaste un lío con lo de tus vacaciones que nadie te cree cuando decís que te vas a terminar yendo a vivir al norte. Siempre que la veo a tu mamá me pregunta cómo andás. Nadie te olvida. No nos dejaste ni un poquito de ganas de no quererte más. Bailás mejor sola que acompañada. Eso creo que es lo que más triste te pone. Pero a nosotros no nos molesta que bailes mal. Porque es culpa de la música, que te entra por los pies tan fuertemente que al llegar a las rodillas te las parte, dejándote chueca. Y tu cadera gira sin sentido, veloz, juntando fuerza para despegarte y volverte a tu planeta. Chau. Mandá saludos. Acá, por las dudas, ya se te extraña.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Zanahoria rallada

El conejo consiguió trabajo como repartidor de zanahorias a domicilio. La dueña del negocio, una ardilla merquera, no quería conejos trabajando en su local, temiendo que empiece un tráfico de zanahorias paralelo. Pero este conejo, con esa cara de pobre rabbit, era incapaz de planear un fin de semana.
Llevando un pedido al hueco de un sauce, donde habitaban una familia de conejos de la high, conoció a la Coneja Adriana, y como era lógico, se enamoró. Ella no lo registra, tiene las orejas apuntando en otra dirección. Vive soñando secretamente con acostarse con una osa que vive cerca del río. Cada vez que sale a pasear en familia y ve a la Osa Bernarda tomar sol boca arriba, empieza a sentir un cosquilleo en el pompón trasero. Sabe, de todas formas, que la familia Sauce Arriaga no toleraría jamás esa relación.
El conejo repartidor no sufre. Con verla a Adriana cada vez que le alcanza su canasta semanal, es feliz. No aspira a otra cosa.
La noche en que fue interceptado por un grupo de zorros que le desbarataron la canasta y le robaron la poca propina que había juntado, el conejo quedó golpeado y dormido cerca de la cueva de la Osa Bernarda. Despertó a su lado, recostado sobre un colchón de hojas bien acomodadas. La Osa Bernarda le preparó un desayuno rico en proteínas. Le curó una herida detrás de la oreja y lo invitó a quedarse con ella hasta que se sintiera mejor.
La ardilla merquera mandó a un grupo de cóndores a realizar la búsqueda del conejo desaparecido. Cuando encontraron el rastro dejado y llegaron a la puerta de la cueva, la Osa Bernarda, con gruñidos y manotazos, los espantó a todos. "Que nadie lo joda", dijo. El conejo repartidor, más por miedo que por convicción, le agradeció por la ayuda. Vivieron juntos, hibernaron juntos, jugaron juntos.
Frente a ellos siempre pasaba la Coneja Adriana, que miraba al conejo ex repartidor, con sus ojos rojos llenos de ira. Pero el conejo la observaba con una sonrisa de dos dientes, eternamente enamorado, dormido en la esperanza de lo que sabía no iba a pasar. Bernarda, a todo esto, ni enterada. No se caracterizaba por ser observadora, mucho menos sentimental. Amaba al ex repartidor más como a un hijo que otra cosa, aunque cojían como conejos.
Adriana golpeó la puerta del local. La ardilla merquera la recibió en su despacho. Planearon.
Al otro día, bien tempran, cuando la Osa Bernarda dormía como oso, los dos, sigilosos, raptaron al conejo ex repartidor, y prontamente, ex conejo. Lo ataron contra un árbol y lo torturaron. La ardilla merquera le pidió que le devuelva las zanahorias desaparecidas. La Coneja Adriana le pedía consejos para conquistar a la Osa Bernarda. Pero el conejo, con cara de pobre rabbit, asustado como nunca en su vida, no hacía más que llorar. Le empezaron a tirar coquitos, y el pobre murió de un paro cardíaco. Lo abrieron al medio. La ardilla merquera se quedó con la carne, para hacerse un buen asado. La Coneja Adriana se quedó con su piel, se disfrazó de él y se fue a la cueva a descansar al lado de la Osa Bernarda, hasta esperar que despierte.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Para abajo se crece

El gigante que crecía para abajo,
contaba el otro día,
que harto de ver crecer las flores
se mudó a un departamento en el centro.

Los vecinos le hicieron piquete,
le cortaron el agua,
le rompieron el ascensor
y le gritaban de todo.

El gigante que crecía para abajo
sufrió una gran depresión
para la que contrató
a los más expertos psiquiatras.

Ahora toma pastillas para todo,
mañana, tarde y noche,
se fue a Ezeiza a ver despegar aviones
mientras flashea que el cielo se parte.

El gigante duerme ahora en uno
de los galpones del aeropuerto.
Se pone de alarma a una azafata
y sueña con un vuelo interno.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Húmedo y crudo

Aproximadamente una palabra
cada medio segundo.
Y la pileta del baño que rebalsa.
Un miedo tremendo al par de medias.
La resaca dura un día. O una semana.
Crecen tus uñas, crece tu pelo.
Te vas a mirar el techo desde tu cama,
a contar las vueltas del ventilador.
Se enredan las sombras.

Puedo contar medio segundo
entre palabra y palabra.
Ahogar las medias en la bacha.
Ese par que colgaba de la soga.
Crece la lágrima, se secan las ganas.
Te pasa el agua por encima.
El aire del verano afiebra las sábanas.

Las palabras pegadas una tras la otra.
Poner el despertador una hora más tarde.
Patear al aire. Patear el agua.
Porque la sonrisa...
Convertir el par en dos y dejarte la cabeza en otra parte.
Tachá lo que no corresponda
para que salga. Que salga.

lunes, 23 de noviembre de 2009

Experimento verbal

-¿Qué hacés, mostro?
-Asusto.

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Mientras te lavabas los dientes en el espejo, el reflejo te miraba con ánimo desesperanzador. Mañana de lunes, qué le ibamos a hacer. El despertador seguía sonando en la pieza, porque se repite cada cinco minutos a menos que le destrabes la trabita de atrás. ¡Esos pelos! Humedad sin piedad. A peinarse con peine y voluntad furiosa. ¿Cómo arreglar esa cara tan temprano? Te calzaste el jean y afinaste tu silueta con el cinturón. Café calieeeeenteeeeee quema la lengua y puteás, pero bajito, que sirve igual.
Afuera no llueve. Pero no hace calor, pero no sale el sol, pero no corre aire. Está pesado. Y caminas lento pero apurado. El diariero te saluda, porque le encanta hacer de cuenta que te conoce y recordarte de alguna forma que no se olvida de tu cara, por ende no se olvida de que le estás debiendo dos pesos de la revista Barcelona que compraste el mes pasado. Pero como te da la cara para mirarlo, sonreírle y seguir caminando, todo sigue como antes.

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Trabajar en un bar está bueno. Si pudieses consumir algo de todo lo que vendes sin tener que pagarlo. Pero tener que pasearte con medialunas toda la mañana y nisiquiera obtener un mínimo descuento es un tremendo garrón. Lo siento mucho. Realmente. Porque además, si tuvieras un mínimo descuento iría más seguido a comer ahí y de paso te saludo. Pero es tan caro. No me alcanza más que para el café solo. Literalmente solo, porque ni vos te sentás un ratito conmigo. Por eso no te visito tan seguido. Tenés suerte de que te llevas bien con los otros mozos. Y con la única moza. Se nota que se llevan bien. Soportan juntos la intensa mañana de Buenos Aires, con las delineadas cara de ojete de los porteños oficinistas. Fah. Que laburo ese. ¿De qué trabajas? De soportar cosas de la ciudad. Ja. Cuando pueda paso a visitarte.

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Saliste de trabajar como media hora más tarde. Pasaste a buscarme como media hora más tarde. Hablamos como media hora menos. Me fui a trabajar puntual. En esa media hora que nos faltó creo que me tocaba hablar a mi. No tenía mucho que decir. Y me fui. Porque si no llegaba puntual me iban a mirar mal toda la tarde. Entre el encargado forrro y la enanita tarada se iban a encargar de cagarme la tarde. Qué puteador estoy. Debo estar descargando.

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Tenía que decirte, en realidad. Muchas cosas que no alcanzan en media hora. Pero tampoco te las iba a decir. Porque no me pasan de los labios. Te juro que llegan a la boca, se disuelve en la saliva y las trago. Pff. Asco. Porque saben a asco esas palabras. Para eso no te las digo. Porque vos tenés suficiente con la mañana de pelos impeinables, con el despertador de sonido eterno y con los ciudadanos porteños. Pensé en hacerte un regalo sorpresa. Pagarle al diariero los dos pesos que le debes. Pero vas a salir con tu espíritu anti-capitalista a cagarme a pedos. Sigo puteando. Mañana a la tarde paso por lo de tu hermana a llevarle los tachos de pintura. Si tenés ganas pasá y tomamos unos mates. Porque solo con tu hermana no me puedo quedar mucho porque se pone nerviosa al no saber de qué hablar. Por mi nos quedamos callados mirando el techo.

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Cambio de planes. Tu hermana no está mañana, así que le dejo los tachos a tus viejos. Ahí no creo que quieras ir. Ellos me adoran igual. Así que si no te molesta me quedo tomando unos mates. Odio los lunes.

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¿Lo leíste? Por favor. Despertarse con esa noticia no da. Pobre pibe. Ahora me da cosa tomarme un taxi. Uno no quiere desconfiar de todo el mundo, pero viste como es. Tampoco quiero tomarme un taxi y que me pase algo y después que todos digan "¿no viste las noticias?". Si, las vi. Pero no las tragué. Las vi. Si, ya se que no tiene nada que ver. Llamala a la flaca después, o a la familia. Solidarizate. Decile que cualquier cosa que necesiten las vamos a ayudar.

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Te cambiaste en el vestuario rapidísimo. Cuando yo llegué ya estabas casi listo. Tan mal no habías jugado. Me saludaste sin entusiasmo y te fuiste caminando rápido. Llegaste a tu casa y pusiste un dvd de esos que a mi no me gustan, una peli de terror gore. Sangre, sangre, sangre. Creo que por ahí largás todo tu lado oscuro. Dicen eso. Que uno tiene un lado claro, otro oscuro. Y a veces se maneja con uno y a veces con otro. Mi lado oscuro sale cuando me enojo. Ahí agarrate. Después vuelve la claridad. Tormenta tormenta rayos relámpagos tormenta... luego el sol y el cielo celeste transparante. Te fuiste a dormir temprano porque al otro día era lunes de mierda otra vez. Sabés que es así. O hacés que es así.

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Te quedaste medio dormido, por suerte el despertador suena y suena y suena a menos que destrabes la traba esa que tiene atrás y que nunca destrabás. Apenas pudiste acomodarte la cara para parecer normal y saliste corriendo. El diariero no te saludó y ni te diste cuenta. Llegaste rápido al bar y ahí los mozos. Todos con cara de lunes. Seguro esta tarde paso y te pido un café solo.

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-¿Qué hacés, máquina?
-Trabajo

miércoles, 11 de noviembre de 2009

En el aire

-Usabamos cassete virgen, de los de sesenta minutos.
-¿Cassete? No te puedo creer.
-Si, el compac era una joya en esa época. Tenías compac pero para escuchar, no para grabar.
-Claro.
-Ahí grababamos una especie de programa de radio. Muy trucho. Yo era la conductora, Marcos el locutor que hacía los anuncios y Meli era la invitada. O la que llamaba por teléfono. Cortábamos a cada rato porque nos tentábamos por cualquier cosa. Sinceramente no se que era lo que nos hacía reír tanto. Como que nos poníamos nerviosas.
-¿Y de qué hablaban?
-La invitada era casi siempre una cantante de centroamérica. Y le preguntaba por su familia, sus hijos. Y sino, la que llamaba por teléfono halagaba la voz del locutor. Marco se ponía colorado, el boludo. Yo me hacía la celosa. Como siempre que le dicen algo a Marco.
-Lo se. Lo viví en carne propia.
-Bueno, mi hermanito.
-Qué lástima que no se pueden escuchar.
-¿Los cassetes?
-Si.
-Si se puede. Esperame que los busco.
-¿Los tenés? Me muero.
-Si. Están acá en la biblioteca.
-Marco nunca me dijo una palabra. Capaz que ni se acuerda. Los varones, cuando les conviene, no se acuerdan.
-Están en esta caja. Es un lío. Fotos, postales, souvenirs... ¡acá!
-¡Son un montón!
-Teníamos tiempo al pedo. Espero que el minicomponente los agarre.
-Cuidado. Porque el mío andaba medio flojo y me cagó un par de cassetes de Serrat.
-Ahí agarra. Shh.
...fue increíble. A menos de dos días de haber sido asaltada en su casa de Mar de Ajó, Silvana Del Moro fue brutalmente golpeada por unos ladrones en la esquina del teatro donde trabaja, en plena capital porteña. Para asombro de...
-
Pero...
-Esa soy yo.
-Esa es la radio.
-No boluda, soy yo. Andá a saber de dónde saqué eso.
-El cassete no está girando y ahí en la pantalla aparece el número del dial. No me tomes el pelo.
-Shh. Esperá que lo adelanto a ver si aparece Marco.
-Le estás cambiando el dial, no soy tarada.
-...todo igual? Es el derecho que tiene todo ciudadano a circular libremente.
-¿Sabe usted el motivo de la marcha?
-Según tengo entendido están pidiendo un aumento, o reclamando un pago atrasado. Pero lo que pasa acá es que se ponen al pueblo en contra. Porque a mi ahora en vez de importarme lo que piden me importa llegar a mi casa y me dan ganas de que no les den nada. Porque no es la forma. Que hagan una marcha como la constitución manda y me dejen tranquilo como ciudadano.
-
Qué graciosa Meli. Me había olvidado de esto.
-¿Y qué responsabilidad le cabe al gobierno?
-No se. Pero parece que no les interesa nada. Que pongan límites. Porque acá terminamos matándonos entre todos. Yo también tengo derechos. Me siento secuestrado. No puedo llegar al trabajo.
-
Andá a saber de donde sacó eso Meli. Esperá que adelanto así escuchamos a Marco.
-Basta. No me causa gracia.
-Dale boba, si es un segundito.
-No me gusta.
-¿Y a qué número puedo llamar Gonzalito?
-Al 0601-4770.
-Contestá nuestra consigna y participás del sorteo por la orden de compras en Abasto Shopping. Apurate a llamar o mandar mensajitos al asterisco 666. ¿Con qué seguimos Gonzalito?
-Algo que dudo que te interese Andrea, el resumen sobre la fecha futbolística del fin de semana.
-
Este Marco, siempre igual.
-Si. Dejá.
-No, quiero escuchar este otro. Creo que era tipo un programa de música.
-Ya fue Aldi, mejor tomamos unos mates.
-Esperá. Así después tenen de qué forma amenazar a Marco. Le decís que vas a hacer conocidos estos cassetes.
-Claro.
-A ver si este agarra.
-...sin moverte de tu casa. Es ágil y cómodo. A la hora de pagar las facturas, bank on line, es la solución.
-Qué nombre más malo que le poníamos a los productos. Que suerte que no estudié publicidad después.
-Llevas a los chicos al colegio, te la pasás haciendo mandados, volvés a casa destruida y no te queda fuerza para más. Letinium Pro es la nueva propuesta de Lácteos Rayo de Sol para que termines el día con la misma energía que lo empezaste. Tomate uno a la mañana, otro a la tarde y otro a la noche, y disfrutá la vida como se debe.
-
Decime si tenemos que envidiarle algo a las radios de ahora.
-No claro, nada.
-Qué barato nos divertíamos.
-Si. Vamos a tomar mate, dale.
-Esperá, ese es Marco...
-Dos pibes de quince años asaltaron a una panadería, redujeron al personal, se llevaron la plata ¡y se llevaron una tarta de coco! Insólito. Nuevamente los adolescentes chorros en la mira. Tenemos un móvil en el lugar del hecho para comunicarnos con la dueña de la panadería. Te escuchamos... te escuchamos por favor. El móvil parece que no está funcionando. ¿Hola? ... Te escuch... ¡dale Meli! ¡Hablá! ¡Te toca!
-Pfffffjaaaaaa estoy tentada.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Visitas nocturnas

Le está poniendo un parche a un jogging. Cose. Se pincha un par de veces, no usa dedal. Pero tiene dedal en el costurero. El bebé llora desde el cochecito. Por el olor, se sabe, se hizo caca. Habría que cambiarle el pañal. Pero primero terminar con el parche. Otro pequeño pinchazo. Ruido de llaves. Alguien entra a la casa murmura un saludo y pasa directamente a la habitación. Baja la persiana y se tira en la cama vestido. Vestido para dormir.

Después de cambiarle los pañales el bebé no parece tan molesto. Sentado en el piso de cerámicos juega con un librito para colorear. Lo abre, lo cierra, lo tira. Lo pinta y se pasa de la raya. Ella puso el agua en la pava y espera al lado que no llegue a hervir. Se escucha un celular en la pieza. El dormido lo atiende y habla. Habla dormido. Cuelga. El agua ya está y ella prepara los mates.

El dormido se levanta completamente despeinado y va al baño. Pisa un crayón en el camino. El bebé está masticando una masita con sus dos únicos dientes mientras se ríe de unos dibujos que ve en la tele. Son tres bichos que viajan en una nave espacial multicolor. Ella se terminó la pava y mira por la ventana. Las nubes están grises.

A la hora de la cena están los tres sentados alrededor de la mesa. El bebé en su sillita alta, toma su leche del vasito con tapita. El dormido, que sigue dormido, mira en la tele el resumen de los partidos. Ella se concentra en su sanguche de milanesa. Suena el teléfono. El de la casa. Los tres se miran. El dormido apaga la tele y se va corriendo a la habitación. Ella se quita la pollera y se pone el jogging con el parche. El bebé se baja de la sillita alta y se acerca al inalámbrico. Atiende. Habla poco. Si, si, aham, claro. Corta. "Están por llegar".

Suena el timbre. Se escucha un trueno y las primeras gotas que caen. Suena el timbre de nuevo. Ella va a atender. Entra el intendente junto a dos policías armados. Camina hacia el comedor. Observa el costurero y da una orden para que los policías lo revisen. Encuentran un dedal. Miran la mano de ella, con los índices marcados por los pinchazos con la aguja. El intendente la toma por el cuello y la empuja contra la pared. Afuera el viento se escucha más fuerte cada vez. Los policías le apuntan a ella, que se muerde los labios para no hablar. No piensa decir nada. El intendente le pega una trompada. De la pieza, desesperado, sale el dormido, más despierto que nunca. Ataca por la espalda a uno de los policías obligándolo a tirar el arma. El otro policía está a punto de dispararle cuando el televisor se enciende solo y los tres bichitos que viajan a por el espacio empiezan a cantar a todo volumen. El policía se altera y dispara al televisor asustado. El intendente toma el arma que está en el piso y apunta al dormido. "¿Dónde está?". El dormido saca un pedazo de sandwich de milanesa del bolsillo y empieza a comerlo, esperando su final. El intendente dispara. El dormido cae. Del techo empieza a caer una gota. Se filtra. Uno de los policías corre hacia el pasillo. Tropieza al pisar el pañal que estaba en el piso y cae. El intendente y el otro policía van detrás y ven una puerta en el fondo. Se acercan lentamente. Atrás, sin hacer ruido, los sigue ella, caminando de rodillas. Ellos casi al lado de la puerta, caminan más despacio. Ella lanza un alfiler a la pierna del policía, que cae pegando un grito de horror. El intendente se da vuelta y sin dudarlo dispara sobre la frente de ella. La mira con goce macabro. La puerta se abre detrás de él, y en la silla alta, el bebé. "Los estaba esperando".

Afuera la lluvia empieza a calmarse.

martes, 27 de octubre de 2009

Hombrecito en blanco

Se que se está por poner en verde, pero cruzo igual. Corro el último pedazo de asfalto hasta llegar a la vereda. Y de a poco vuelvo a mi ritmo de caminata. Que es bastante rápido de por sí. Camino, camino. Paso por una librería y sin detenerme ojeo los libros que están en la vidriera. Camino. A paso veloz. Atrás mi socia, con sus piernas cortas intenta alcanzarme. Sosteniéndo su carterita que se le cae del hombro. Me pide que la espere, que camine más lento. Otra vez a cruzar. El semáforo no está a mi favor, pero no viene nadie y cruzo. Estoy caminando un poco más rápido que de costumbre. Ella me vuelve a gritar preocupada desde atrás. Quiere saber a dónde voy. Llego a la otra esquina. Avenida y los autos pasan por las dos manos a alta velocidad. Espero. No, no espero. Me quedo parado. Pero no espero. Porque no estoy esperando nada. Llega mi socia, me mira y busca en su cartera. Me da un pañuelo para que me seque los ojos húmedos. Me quiere abrazar. No la dejo. Hombrecito en blanco y cruzamos. Hombrecito en blanco. Mientras cruzo pienso en que soy un poco hombrecito en blanco. Tengo toda una avenida para cruzar y pensar que soy un cacho de carne, con bastante vacío. Me duele el pecho. Llegamos a la vereda y sigue el paso rápido. Mi socia taconea avergonzada. Pensando que la gente nos mira. La gente no nos ve. Ojalá nos vieran, socia, ojalá alguien nos viera. Vuelvo a cruzar una calle más tranquila. No corro. Pero parece que huyo. Mi socia me sigue. Parece que mi socia me sigue. Pero también huye. A mitad de cuadra me detengo. Me siento agitado. Me apoyo contra la pared y me dejo caer hasta sentarme sobre las baldozas cuadriculadas. Llega ella y se agacha, me pone las manos en la cara y me mira. Me besa la frente con fiebre. Vuelvo a llorar un poco más, para desahogar el pecho. Pasan segundos. Mi socia se termina sentando junto a mi. Saco un cigarrillo. Me da fuego. Fumamos. Mi camisa algo desabrochada, recién ahora me doy cuenta. Mi camisa arrugada, desaliñada. Mi camisa blanca. La camisa blanca del hombrecito en blanco. La socia que me abraza para no dejar que me sienta tan solo. Ella se siente en blanco a veces. Pero no quiere pensar en eso. Pasan minutos. Me pregunta si quiero volver. Me incita a que volvamos. Que nos están esperando, deben de preguntarse por qué nos fuimos así. Yo me fui. La socia me siguió. Y por eso se fue. Quiero seguir yéndome. Necesito caminar más. Cruzar unas calles más. Sentir un poco del viento y del sol. Caminar rápido. Que si caen lágrimas se vayan para atrás, que se confundan con el sudor. Pero no volver. No ahora. Hombrecito en blanco va a seguir caminando, socia. Hombrecito en blanco sigue avanzando para allá. Que no se si es adelante. Es otra dirección. La socia no sabe si acompañarme. Mira hacia atrás el camino que hicimos y se le hace un nudo en la panza. Socia, yo me voy. Socia se queda sentada y saca un pucho. Se va a quedar ahí un rato más. Hombrecito en blanco la despide y vuelve a avanzar. Camino, camino. Hasta que llego a una plaza y me desvío por la diagonal.

domingo, 25 de octubre de 2009

No ruido

Algo me estaba haciendo ruido. Ahora hace música.
Música de vientos.

jueves, 22 de octubre de 2009

Dulce navidad

-Y para ti, un curucuchlito de cebolla.
-Gracias Santa. Es un regalo muy importante, recompensa de lo bien que me he portado este año. He ayudado a la abuela a cocinar sus almuerzos. También he ayudado a papá con las tareas de la casa. Madre me pide que le lave el coche todos los meses, y entusiasmado lleno los baldes con jabón el último domingo. A tío Henry lo visito en el hospital muy seguido. Llevo libros para leerle a pesar de su estado vegetativo. El doctor dice que a él le hace muy bien oír mi voz. A tía Lucy acompaño los sábados a vender ropa al mercado. Ella la confecciona y yo la ayudo con la costuras mas pequeñas. No le hablo de tío Henry para no perturbarla, ya que ella lo considera muerto. He prometido no confesarle que él sobrevivió a la embestida que ella le dio con su camioneta. En la escuela estoy comportándome correctamente. No solo he mejorado mis notas con respecto al año anterior, sino que mi conducta es aplaudida por mis superiores. Quizás me haga cargo de un curso el año próximo. Si bien por mi edad no es algo que se pueda hacer legalmente, la directora ha realizado una solicitada al Ministerio de Educación para que pueda ocupar ese puesto. Contamos con el apoyo del Municipio local, ya que la semana pasada me han otorgado una medalla por mi labor con los Bomberos Voluntarios de esta zona y tienen un muy buen concepto sobre mi. La familia que rescaté del incendio me ha regalado un pastel. ¡Si lo hubieras visto! Deberías haber estado aquí para probarlo. Crema y chocolate, como a mi me gusta. No pude probarlo, ya que, como había prometido, lo doné a una agrupación nativa del norte del país que está luchando por recuperar sus tierras. Junto a otras...
-¿Donaste el regalo?
-Simbólicamente... pues el pastel no era muy grande...
-Y seguramente donarás este regalo también ¿verdad? Niño, no he venido desde el Polo Norte para entregarte un presente que luego tu entregarás a cualquiera. Devuélveme el curucuchlito.
-Aquí tiene. Lamento que...
-Encima me has hecho perder valiosos minutos. A ver, ¿dónde está tu hermana? Oh, eres tu. Hola niña, para tí un gormofio de plástico. Y no hagas como tu hermano o ni siquiera los Reyes Magos se acercarán a esta casa.

Dulce navidad (ahora sí, dulce)

-Y para ti, un curucuchlito de cebolla.
-Gracias Santa. Es un regalo muy importante, recompensa de lo bien que me he portado este año. He ayudado a la abuela a cocinar sus almuerzos. También he ayudado a papá con las tareas de la casa. Madre me pide que (...) como había prometido, lo doné a una agrupación nativa del norte del país que está luchando por recuperar sus tierras. Junto a otras...
-Espera niño, ya no continúes tu relato.
-¿Qué sucede?
-Te has portado tan bien, que el curucuchlito de cebolla nada significa al lado de tus obras.
-Gracias, pero de todas formas yo no...
-Quizás pueda darte algo más. Veré que tengo en el trineo.
-No hace falta Santa, de veras. Este presente tiene mucho valor. Quizás prefieras entregarle su regalo a mi hermana. Ella había pedido un gormofio.
-Nada encuentro aquí. Nada que pueda equivaler a todo el bien que has hecho. Pero, espera. Ahora que lo pienso, no es lo material lo que puede equiparar tus actos. Ven aquí niño. Acércate. No temas. No te haré daño frente a tu familia.

Se besan profundamente.

-Ven a vivir conmigo.
-No puedo Santa. No puedo. Tengo muchas cosas que hacer aún. Mi misión no está cumplida.
-Por favor te lo pido. Te llevaré en mi trineo a recorrer el mundo. Luego vendrás a mi casa en el Polo Norte, prepararé chocolate caliente. Te contaré historias todos los días. Jugarás con los juguetes que los duendes confeccionan.
-Basta. Creo que has confundido mis intenciones. Todo lo que he realizado no ha sido para impresionarte. Pienso quedarme aquí para continuar ayudando. Bajo el anonimato si es necesario. O haciéndome conocer por todo el mundo, si es eso lo que sirve. Pero jamás abandonaré este camino. No lo haré ni por todos los juguetes del mundo Santa.
-Pendejo.
-Por favor, continúa con los regalos.
-No lo haré. Te dejo la bolsa. Te dejo el trineo y los renos. Saldré a caminar por Nueva York, bajo la nieve. Si me buscas, sabrás dónde encontrarme.

viernes, 16 de octubre de 2009

Tu invento

Creo a veces que soy tu invento, tu creación.
Pensado en tu cabeza y tallado a tus manos.
Tu invento entero.

Moldeado cada músculo.
Modificado con una mirada. Sostengo errores de fábrica. A veces creo.
Único modelo. Materia prima con viejos cuentos.

A veces creo que soy tu invento, pura idea tuya. Calentado con tu aliento.
Con cables pelados que se pueden arreglar.
Haciendo carne tu pensamiento.

lunes, 10 de agosto de 2009

Otros tantos que no soy

Esperando encontrar una moneda entre las sábanas para poder comprarme cigarrillos, terminé encontrando un pasaje hasta Misiones. Tuve que ir, por eso de que el tren de las oportunidades no pasa dos veces. Cuando llegué busqué un hotel y encontré como cien. Decidí pasar una noche en cada uno, anotándome con nombres diferentes. Luis, Alejandro, Diego, Marco, Leo, Paco, Ramiro, Franco. Y siempre el mismo apellido: Fontana.
Ayer llamaron a casa y atendió mi esposa. "Equivocado" dijo. Cuando cortó me miró a los ojos. Dejé de untar la tostada con la mermelada de damasco. Apoyé el cuchillo sobre el mantel. "Preguntaron por Mariano Fontana". Tomé una servilleta de papel y me limpié la punta de los dedos que estaban un poco pegoteados. Se sentó frente a mí. "¿Me vas a explicar de una buena vez qué está pasando?". La miré fijo y puse mis ojos de pajarito que según la historia de nuestra pareja debían generar un poco de compasión en ella. Su boca cada vez más chica y las cejas serias me mostraban una cara implacable. Ésta vez parecía que iba a tener que decirle la verdad. O pensar una buena excusa rápidamente. Desde que había vuelto de Misiones que llamaban para preguntar por un Fontana distinto cada día. Siempre lograba esquivar la situación de alguna forma, a veces un poco de música servía. Pero el grabador estaba en lo del técnico porque se había dañado el láser. Tomé la tostada y me comí un bocado, dándome energía nutritiva por un lado, y tiempo esencial por el otro. Mi mujer no se inmutaba. Estaba petrificada delante mío, con su mentón sobre la mano y el codo que le seguía, apoyado en la mesa. Por un momento creí que estaba congelada realmente. Como si estuviese leyendo mi mente pestañeó. Tragué el cacho de tostada y damasco. Ni bien intenté hacer el movimiento para tomar la taza que estaba en la mesa ella me detuvo con un "Dejate de joder, che. Decime qué está pasando".
Recuerdo ahora que en el colectivo hacia Misiones me senté junto a una mujer muy mayor. Ella se bajó en Corrientes, no se bien en qué ciudad. En el camino me había contado de sus nietos, de sus nietas y de su bisnieto. Mientras me contaba con lujo de detalles la historia del nombre de cada uno, yo pensaba en cómo sería envejecer. En si me vería igual que mi viejo, o si tendría un poco más de suerte. Me imaginaba con problemas de espaldas, aunque sin inconvenientes para alzar a mis nietos. Siempre me imagino con nietos. Pensaba en diferentes cenas familiares con chicos corriendo por todos lados. Al lado mío, en cada imagen, estaba una mujer distinta. Una era ella, obviamente, mi esposa. En otra, la viejita que estaba al lado era Mariela, la noviecita anterior. A veces aparecía una mujer indescifrable, de cara enigmática. Quizás hecha de retazos de varias otras. Nunca era la misma. Nunca estaba solo. Seguía pensando en cómo envejecería. Y en dónde. El departamento parecía ser una posibilidad poco probable. A veces me imaginaba la casita en la costa, o una bien antigua como la de mis abuelos. Para cuando la anciana me estaba contando cómo había sido el parto del bisnieto yo ya había proyectado cientos de futuros diferentes. Cientos de futuros yoes que no iban a existir. Tirado en la cama de una de las habitaciones de uno de los hoteles (donde me llamaba Fernando) pensé que al volver debía hablar seriamente con mi hermano y decirle que ya no quería seguir trabajando en la ferretería de papá. Claro que todavía no me animé. Aunque no es que no me animé, es que no se si realmente quiero. Debe ser un capricho nomás. Ganas de cambiar porque no puedo cambiar más.
Mi esposa me sigue mirando fijo pidiéndome una explicación. Yo que no puedo articular muchas palabras en mi cabeza decido empezar a hablar. "Ese viaje a Misiones. ¿Te acordás?". Asiente, seria. "Una noche salí a tomar algo, a un bar", toda mentira tenía un poco de realidad, "y ahí conocí a un tipo que me dijo que podía conseguirme contactos para generar un convenio con unas ferreterías de Capital Federal que...". Efectivamente la palabra "ferretería" conseguiría mi objetivo de disuadir a mi mujer de querer seguir sabiendo sobre el tema. Resopló, se levantó y se fue murmurando "tanta historia para eso". Me quedé con mis tostadas con mermelada de damasco y pensé en comprar una de frutilla hoy. Nunca comí mermelada de frutilla creo.
Hoy obviamente volví a comprar la de durazno. Porque de frutilla no había. En realidad había una, pero no se si era rica porque la marca esa no la conozco. La próxima me fijo bien.
En uno de los hoteles de los que me fui sin pagar había conocido a una pareja de mexicanos que estaba de paseo por Argentina. Habían recorrido todo el sur y ahora querían conocer las cataratas. Creo que ella era mayor que él, y cuando él se reía de algo ella lo miraba con ternura. Se llevaban bien. Cuando los miraba recordaba como eran los primeros días con Mariela. O con mi esposa actual. Pero estos mexicanos estaban juntos desde hacía tiempo. Ahora me acuerdo, lo gracioso era que se llamaban Guillermo y Guillermina. Como si estuviesen hechos el uno para el otro. De todos modos, odiaban ese parecido ya que al grito de "Guille" ambos se daban vuelta. Eran una linda pareja. Se reían bastante.
Recién, hace unos minutos, llamé por teléfono a una amiga. No recuerdo bien por qué la llamé. Fue más bien un impulso. Me atendió y le dije que la llamaba para pedirle el número de otro amigo. Pero no la llamé por eso. "Qué casualidad" me dijo ella entre risas. Me pasó el número. Y me dijo que lo curioso era que me quería llamar. Pero que no sabía si llamarme o no. Que esa misma tarde había ido a su negocio un tipo igual a mí Que, obviamente, pensó que era yo. Que pasó el papelón de su vida, que lo saludó con confianza y el tipo nada que ver. Que no sabes lo parecido que era. Que cuando el tipo le paga con la tarjeta se quedó asombrada. Que mira en la tarjeta y que si bien el tipo tenía otro nombre, Raúl, tenía mi mismo apellido. Que se quedó re sorprendida. Que le hizo el comentario al tipo pero a él no le hizo mucha gracia. "¿Y qué te compró?". No se acordaba. "Bueno, debe ser un familiar perdido." Un gemelo malvado dijo ella como una broma tímida. "Gracias por pasarme el número". No, de nada. Ah, sí, se acordó de lo que había comprado. Era un saquito de lana para el nieto, que cumplía un año. Un abuelito cuarentón el Raúl Fontana.

miércoles, 29 de julio de 2009

Polvos

No pensaba en bajar del coche. Le temblaban las manos que, aún con el auto apagado, estaban sobre el volante. Pensó en su respiración para concentrarse. El aire que entra por la nariz, que pasa por su cuerpo, que limpia su interior y sale por la boca.
Se llevó otra masita a la boca y asintió a su empleada con un gesto de aprobación. Los bocaditos dulces estaban aprobados. No le molestaba estar más preocupada porque el servicio estuviera correcto que por la persona que estaba siendo velada. Le molestaba que la gente se diera cuenta.
El mozo se acercó a la mesa y Manu le entregó el billete de cincuenta diciéndole que se quede con el vuelto. Mica no tenía ganas de quedarse allí por el olor a carne asada. Detestaba sentirse mal cuando salían a comer, pero no podía evitarlo. Manu la entendió y por eso se puso de pie en seguida y tomó su abrigo.
Con la frazada hasta el cuello y la mirada en el techo. En la tele no había nada y el sueño parecía haber desaparecido en esa siesta. Recordar que debía levantarse a las siete no ayudaba a cansarse. Vero revisaba con la vista el estante. Buscaba discos intentando creer que entre tanto punk, rock, heavy, podía encontrar algo que la ayudara un poco. Ni cerca de un arrorró.
Se había dormido contra el volante. Se despertó ya de día, asustado. Se observó en el espejo retrovisor los ojos lagañados. Bajó del auto sin debatirlo en su cabeza y observó la sangre en el paragolpes. Observó a los costados de la ruta y la ausencia de cualquier tipo de humano lo tranquilizó. Aprovechó para llorar.
Todos lloraban en la habitación del cajón, y también en el living. Pero en las otras habitaciones todo estaba tranquilo. En la cocina las charlas eran mucho más amenas, completamente ajenas a lo que los reunía a todos allí. Pero Elba no podía dejar de pensar en que el café debía saber riquísimo y que todos debían probar las palmeritas. Hasta que llegaron los D´alessandro con la corona de flores.
Mica le corrió la mano sin sutilezas y le dijo ahora no. Él insistió. La había tratado como una reina todo ese tiempo pero ella parecía no querer rendirse ante él. Seguían caminando y Manu la abrazaba con fuerza, apretándola contra su cuerpo. Cuando Mica vio que estaban cerca del edificio se tranquilizó. Cuando Manu notó lo mismo, la empujó contra una pared, tapándole con una mano la boca y con la otra sosteniendo sus muñecas.
Se abrazó a Pety, la muñeca que le habían regalado de chica, y rezó para que le alcanzara un poco de sueño. Las pastillas no habían funcionado y necesitaba dormirse de una buena vez. No sabía si el deseo se le estaba cumpliendo y mágicamente había caído en la pesadez entregándose al mundo onírico, o si verdaderamente la mano de la muñeca le estaba acariciando la cabeza.
Haber pasado la noche durmiendo sobre el volante de su auto, sumado al estrés de recordar el accidente, hacían que en su cabeza retumbara un zumbido. Volvió por la ruta, retomando el camino por el que se había desviado la noche anterior. Se le ocurrían varias excusas para crear al llegar a su casa. Pero a la vez sabía que ninguno de sus compañeros de hogar se había preocupado en lo más mínimo por él. Frenó instintivamente al llegar al lugar del hecho.
No había lugar. ¿Cómo les iba a decir que no había lugar para colocar la corona? Ya está. Ya lo había dicho. Los D´alessandro disimularon el enojo y dejaron la corona en el patio de atrás. Todos miraban con asombro la situación. Elba se odió por un instante. No podía haber olvidado ese detalle. Sentía como el murmullo general crecía en sus oídos y percibía que el comentario general era que no podía ser tan bruta de haberse olvidado de comprarle una corona al pobre tipo.
No era ningún pobre tipo. Había intentado abusarla a media cuadra del departamento. Pero Mica no podía dejar de sentirse culpable. "Por suerte pasaban esos chicos por ahí" dijo el padre ante los micrófonos de unos medios "Yo también lo hubiera cagado a trompadas a ese pendejo". Mica sentía una incomprensible culpa.
Sentía una comprensible culpa. El perro seguía ahí echado. Con la sangre seca entre sus pelos. No quería bajar del coche cuando ya lo había hecho. Dudaba de envolverlo en un diario y colocarlo en el baúl. Ya estaba lejos. Bajó nuevamente del auto, abrió el baúl y sacó al perro. No lo enterró. Con dejarlo entre esos matorrales le alcanzó. No sabe aún si por cobardía o por qué, le quitó el collar y lo guardó en la guantera.
La noche ya había sido larga. Pero todos temían irse. Verla a Elba sentada en la escalera, completamente destrozada, sin poder detener el torrente de lágrimas, había conmovido a todos. Jamás la habían visto tan angustiada. Pero claro, no se está preparado para ver a alguien tan cercano seco en un cajón. Elba moqueaba de sólo pensar que los brownies se le habían quemado mientras llamaba por teléfono para conseguir una corona más grande que la de los D´alessandro.
Mica fue a la casa de sus padres a darse un baño. Su padre no podía parar de putear. Ella se metió en su pieza y las vio a Vero y a Pety abrazadas en la cama, con los ojos cerrados. Sin hacer ruido se eligió una remera, un pantalón y ropa interior. Necesitaba darse un baño para quitarse la noche tensa de encima. Todavía sentía el olor a carne asada en la ropa, en la piel. "No tenés la culpa Mica. Después vení a dormir conmigo" se escuchó desde la cama. "Está bien Pety, me baño y voy".

jueves, 23 de julio de 2009

Cuidemos la noche

Bebamos el vino antes de despertar
y así hacer el sueño más profundo.
Que la luz de la calle dibuje árboles sobre los adoquines.
Mientras tanto duerme sobre el pasto,
que tus párpados serán regados con el rocío.
Cubierto por el manto estrellado
un pecho se hace abrojo de otro pecho.
Circula en el aire una melodía serena.
Llegan invitados a sus reuniones
donde regalan gestos de amabilidad.
Alguien cabecea frente al murmullo de una radio.
Se abren puertas de despedida, tal vez no cierren.
Muere una carcajada rebotando en un departamento de dos por dos.
Otros bailan, otros creen que bailan.
Dejemos en la sábana tibia
todo lo que nos sea ajeno.
No abrir los ojos nos ayuda a ver mejor la noche.
Es noble prepararse un café a esta hora
mientras desde la estufa pensamos
en qué otro sueño podemos despertar.

martes, 14 de julio de 2009

Desencuentro en formato vertical

Te acercaste al edificio con la cara contenta. | Salía él del F corriendo.
PBSubiste al ascensor. | 5Él entró en un ascensor que iba hacia abajo.
1Te mirabas los ojos en el espejo. | 4Le temblaba la mano en su bolsillo.
2Acomodaste el cuello de tu blusa. | 3Pensó en vos. Cerró los ojos con fuerza.
3Apagaste el celular. | 2Miraba los números del tablero como si así fuera a acelerar la velocidad.
4Pensaste en él. Sonreíste. | 1Contó con los dedos las monedas sin sacarlas del bolsillo.
5Llegaste|PBAbrió la puerta con velocidad.
Tocaste el timbre de su departamento. | Él corrió hasta la esquina. Hasta el teléfono público.
Con tu mano derecha acomodaste un mechón caprichoso. | Las monedas de a una. Marcó tu número.
La puerta F que no se abría. | El contestador que avisaba que estabas apagada o fuera del área de cobertura.
Vos diste un timbre más, algo resignada. | Él probó el número otra vez.
|
|
5Subiste al ascensor.|PBMarcó su piso.
4No te quisiste mirar en el espejo.|1Se lamentó por las últimas monedas desperdiciadas.
3Pensaste en él.|2Dio una patada a una de las paredes.
2Prendiste el celular.|3Se miró al espejo y se arregló la camisa.
1Leíste que tenías una llamada perdida, de un número desconocido.|4Presionó el botón de detención y abrió la reja.
PBTe bajaste. | 4Se bajó.
Subiéndote el cuello de la blusa saliste. | Tocó en el C.
Sonó el celular. Atendiste al otro. | La otra le abrió la puerta sorprendida.
Le dijiste que ibas para allá. | Se quedó ahí.
Toda la noche pensaste en él. | Toda la noche pensó en vos.

miércoles, 8 de julio de 2009

De soles y dedos

Podría estar durmiendo, descansando a la sombra. Pero cuando cierro los ojos aparece tu mano. Y cuando los abro ya no está. Entonces no duermo. Espero despierto. Me muevo para no caer en la pesadez del sueño.
Me siento en la cama a mirar mi mano que sola no tiene sentido. Es un conjunto de dedos y una palma redonda y grande. Es eso nomás.
Podría correr bajo este sol de invierno hasta llegar. O en bicicleta. No me darían los pies, apretados contra los pedales. La cadena haciendo flic flic flic.
Hasta llegar a tu mano. La de verdad. No la de cuando cierro los ojos. Porque esa es más perezosa y se desdibuja fácil, o se inventa tanto que ya no es tu mano.
Además tu mano encaja perfecto en la mía. Si bien son muy distintas, encajan perfecto. Gordo, gordo, índice, índice, medio (o corazón), medio (¡oh, corazón!), anular, anular, meñique, meñique.
El sol, entre medio del frío, vino a saludarnos hoy. Dejó un par de grados para que no nos extrañáramos tanto. Y yo cierro los ojos y pienso en sus rayos. Tu mano a través de los rayos.
Es eso nomás. Es suficiente a veces. Podría estar durmiendo, de todas formas sigo pensando en tu mano.

viernes, 3 de julio de 2009

Piden pan, le dan pandemia

Porque casi todos queremos que no exista la pobreza. Pero es como en el cuento "La pata de mono", en el que se cumple el deseo pero de una forma terrorífica.

martes, 23 de junio de 2009

Lo que no pasa por el ojal

Cuando usted me citó, Señorita Gloria, me sorprendió el carácter urgente que presentaba la invitación. Como sabrá soy un hombre muy ocupado pero me hice el tiempo suficiente como para venir hasta aquí a escucharla. Ahora que me cuenta el motivo por el cual me convoca a esta reunión, temo decirle que me siento ofendido. Si mi hija hubiese cometido algún desmadre, si hubiese incurrido en alguna falta a las reglas de esta escuela, si hubiese sido la protagonista, o la cómplice, de algún plan indecoroso, yo, sinceramente, estaría más contento. No por sentir que eso está bien, sino por sentir que no vine al divino botón. Y hablando de eso, Señorita Gloria, su camisa... ay, es hermosa. Sobre todo esos botones. Divinos. Volviendo al tema. Ahora que usted me comenta el hecho estúpido por el cual fui citado, me avergüenzo de haber suspendido mi clase de Observación Romántica de Astros. La semana próxima tengo examen y dudo que pueda rendir sin saber lo que se vio hoy. Retomando, ¿de dónde demonios sacó que Adela es una fabuladora? ¿Cómo pudo llegar a pensar que mi hija le había mentido, no una, sino siete veces? Venga Señorita Gloria, no se vaya. ¿Qué hace? ¿Qué son esos papeles? No mire los dibujos de Adela con esa cara de espanto que la chica no se va a dedicar a pintar. Ya me dijo a mi que lo suyo es la ortopedia. Si viera como ciuda a sus muñecas. Cuando se las regalamos estaban todas inválidas. ¿Qué? ¿Qué tiene este dibujo en especial? Sí, usted le pidió que dibuje un zoológico y ella dibujó un teatro a sala llena. No se que habrá querido hacer, tampoco soy adivino. Tal vez sea porque de chica la madre le leía El Zoo de Cristal para que se durmiera. ¿Está llorando Señorita Gloria? No entiendo el motivo. Usted está con problemas. ¿Segura que puede encargarse de un curso de niños? No le estoy diciendo lo que tiene que hacer, simplemente le pregunto. Tranquilícese porque esa vena en el cuello le está latiendo fuerte. Está bien. Comprendido. Salgo por este pasillo y voy hasta la dirección. ¿Por quién pregunto? Listo, está bien.

¿Usted es Nélida Graciano? Soy el padre de Adela Páez. Si, gracias. Sabrá por qué vengo. La Señorita Gloria le comentó... ahá... si... ahá. Mi hija no fabula, perdón. Las mentiras que la Señorita Gloria aduce, no son mentiras. Es cierto que el lunes pasado faltó por un casamiento entre un juego de vajilla y un galán de telenovelas chileno. Lamentablemente la boda se suspendió porque parte del juego de vajilla se cayó del altar y se partió al medio. Bastante traumático, sinceramente. ¿Qué es lo que la pone tan nerviosa? ¿Cómo imposible? Tengo las fotos. En realidad las tiene mi señora. Le digo que es verdad Nélida. ¿Qué dice? Ah. Si. Es verdad que las vajillas no se casan los lunes, por una cuestión puramente legal. Pero pedimos un amparo a la justicia, porque el galán el único día libre que tenía era los lunes. Ahhh, ve ahora como se va entendiendo la gente. Adela no mentía. No, no. Tampoco le mintió con su viaje en lavarropas. A pesar de que todavía no cumplió los seis años, como mi hermano es piloto, la dejamos viajar igual. Él tuvo muchos recaudos y fue un vuelto tranquilo, un viajecito de bautismo. ¿Ve que Adela no miente? No, por favor. Ya está. No es necesario, Nélida. La verdad es que me da lástima haberme perdido la clase por estas pavadas, pero no es necesario. Está bien. Solo me comeré su oreja porque usted insiste. Mmm. Bastante bien. Carne muy suave. Ah, usted es holandesa. Haber empezado por ahí y quizás no me resistía tanto. Con respecto a la Señorita Gloria, creo que le haría bien tomarse unas vacaciones. La noté algo alterada. Y sus alas están desplumadas. Quizás podría pedirse licencia unos días. Bueno, lo decidirá ella. Gracias a usted, Nélida. Si, seguramente la próxima visita sea por cosas más alegres. Que tenga un buen día. Saludos.

Te lo puedo explicar mi amor. Es que tuve la reunión en el colegio de Adela. No me empujes, dejame hablar. No, no te voy a inventar nada. Parece ser que hubo un malentendido. Creyeron que la nena estaba inventando historias porque no les cerraban algunas cosas. Además la Señorita Gloria está algo estresada y se hizo la cabeza con que la nena fabulaba. Tuve que suspender la clase para ir allá y aclarar todo el asunto. ¡Esperá Laura! Ya llego al punto. Soltá ese plato que el otro día tuvimos bastante. No me amenaces, escuchame. Nélida, la directora, se quiso disculpar conmigo. Me ofreció un poco de su oreja. ¡Te juro que me resistí! Claro, me negué. Tranquila. Le dije que no era necesario. Pero ella insistía. ¿Cómo? Eh... bueno, me resistía al principio, después tuve que ceder. ¡No! ¡Esperá! Le mordí un poquito nomás. Medio lóbulo. Tenías que ver como se puso, me lo pedía de rodillas. Por favor, no te enojes. Tranquila. Dejá de caminar de un lado para el otro que le hacés peor a tu pierna tullida. Dale. Fue un mordisco nomás. ¿Cómo me vas a preguntar eso? No, por favor. No me hagas contestar eso que no tiene nada que ver. ¿Qué importa si me gustó o no me gustó? Qué se yo. Ni me acuerdo. Es holandesa, ¿viste? La carne holandesa es distinta. No llores Laura, no llores. Tendrías que haberla visto a la Señorita Gloria. Unos botones hermosos llevaba. Hermosos. Cuando pase por el centro te voy a comprar unos igualitos. Unos para vos y otros para Adela, ¿si?. Bueno, está bien. Sólo para vos. Pero no llores. No llores porque no tiene ningún sentido.

domingo, 7 de junio de 2009

No vas a ser vos

Mirá que tratan. Todo el tiempo. La maldita realidad y sus circunstancias. Pero no, no van a poder ahora. Que sigan intentando si quieren, pero no. Por ahora no van a lograr sacarme esta sonrisa. Les sugiero que ni se preocupen por ello.


No voy a ser yo - Kevin Johansen + Jorge Drexler + The Nada

miércoles, 3 de junio de 2009

Cosas que pueden salvarte la vida

Un fósforo.
Tener paciencia.
Un chaleco antibalas.
Cerrar la llave del gas.
Un gobierno de gente competente y que quiera hacer las cosas bien.
Mirar a los dos lados de la calle antes de cruzar.
Mirar hacia arriba también.
Poner las cosas en duda.
Confiar.
Un botiquín bien preparado.
Un médico bien preparado.
Un hospital bien preparado.
Varios hospitales bien preparados, con médicos bien preparados y con sus respectivos botiquines.
Mantener los cordones atados.
Utilizar luz trasera en la bicicleta.
Subir y bajar por escalera.

Y ahora si, idos en paz.

viernes, 29 de mayo de 2009

Horror es humano

No estoy aquí para juzgar ni criticar los hechos que comentaremos a continuación. Simplemente agudizaremos el ojo sobre uno de los principales problemas que nuestro país transita hoy día. Junto con el periodista y entomólogo Denise Puig elaboramos este informe que propone sondear las causas y consecuencias del aumento de muertes de extranjeros en Argentina. Según cifras oficiales, el 78 % de los extranjeros asesinados en nuestra tierra en los últimos tres años fue muerto debido a errores gramaticales. En su mayoría se trata de turistas [lo cual ha provocado un claro descenso en la recaudación de las últimas vacaciones (lo que generó un descontento por parte del gremio hotelero particularmente)] que visitaban el país invitados por amigos o tentados por avisos publicitarios.
¿A qué nos referimos con "errores gramaticales" y "extranjeros asesinados"? Por si usted no lee los diarios habitualmente, le comentamos que últimamente se han dado varios casos de asesinatos de personas que llegan a la Argentina desde su país natal, donde generalmente se habla otra lengua. Estos individuos, casi obligadamente, se comunican con nosotros, los argentinos, para poder conseguir un lugar donde vivir, un lugar donde comer, un lugar donde pasear. El inconveniente surge cuando al no poder comunicarse a través de su idioma (los argentinos no estamos obligados a conocer cada una de las lenguas del mundo, mucho menos si nos vamos a quedar viviendo acá) el extranjero intenta hablar español. Lógicamente existe un registro distinto, alguna letra que se pronuncia más fuerte, una acentuación algo corrida, pero hay casos más graves. Muchas veces el error gramatical es grosero, y el argentino receptor de esas palabras se brota. En un ataque (podríamos decir poco justificado) de defensa patriótica se descarga violentamente contra el extraño hasta, en algunos casos, provocarle la muerte.
¿Qué es lo que motiva ese accionar? ¿La culpa es del argentino o acaso el extranjero que desconoce el idioma castellano se está "suicidando" al hablarlo mal? ¿Qué hace el gobierno ante todo esto? No es nuestro deber responder estos interrogantes, sino simplemente analizar el contexto general del asunto. Pasaremos a continuación a observar una dramatización construida a partir de testimonios de testigos sobre uno de los primeros casos de "asesinato gramatical" en nuestro país, allá por 2006.

Dramatización
En un bar de Recoleta, sábado al mediodía. Entra un hombre flaco y rubio, con una remera que dice "Germany". Se acoda en la barra. Del otro lado, el dueño del boliche.
Alemán: Buenos días.
Dueño: Buen día. ¿Qué se va a servir?
Alemán: ¿Cuánto sale la agua?
Dueño: ¿Cómo dijo? ¿La agua?
Alemán: (haciendo el gesto) Botellita de agua.
Dueño: Ah. Botellita de agua. Tres pesos.
Alemán: Caro. ¿Podrías darme un poco de la agua en una vaso?
Dueño: ¡¿Sos enferrrmo?!
Moza: Espere Don Ramírez, que el señor solo quiere agua.
Alemán: Agua, sed. (hace el gesto)
Dueño: Hablá bien, ¡carajo! Que mis viejos se rompieron el alma para mandarme al colegio a que aprenda a leer y escribir y hablar y vos porque sos alemán te pensás que la tenés re clara.
Moza: Por favor Don Ramírez, bájese de la barra y suelte esa botella.
Dueño: ¡Cierren las puertas! ¡Que no se escape!
Alemán: Yo no querer problemas. Yo ir.
Dueño: Te la buscaste. Te la buscaste.

Creemos que la dramatización debía llegar hasta ahí y no continuar con la escena, ya que para conocer el final es suficiente con las fotos que salieron en los diarios. Los nombres de los personajes fueron modificados por pedido del juez.
Es de particular interés para el ingeniero Puig y para mi, que no se pretenda extraer de aquí ninguna opinión específica. Nos limitaremos a comentar los hechos y aportar testimonios sin intencionalidades. Por ello adjuntamos un texto extraído de una entrevista a Prima Scaserra, una italiana que sufrió la pérdida de su marido en manos de los "violentos gramaticales".

Yo soy profesora de español en mi país y mi sueño era conocer Argentina. Mi marido en ese entonces era Franco Di Coco, y se ofreció a acompañarme sin miramientos. Nos hartábamos de hablar de este próspero país y nuestros amigos y familiares nos encargaban cosas para que les lleváramos. Habíamos oído algo de los asesinatos por errores gramaticales, pero jamás pensamos que nos iba a pasar. Uno siempre escucha, pero hasta que no le pasa, no le pasa. Porque claro, si a uno ya le pasa, le pasó. A los dos días de estar en el país nos acercamos a un almacén de ramos generales, para conseguir dulce de leche. Era para la hermana de Franco que siempre pedía cosas. Muchas cosas. Por la cantidad de garotos que le llevamos cuando volvimos de Brasil tuvimos que pagar el exceso de carga. Pero eso es otra historia. Cuando estábamos en el almacén Franco no tiene mejor idea que dirigirse hacia el almacenero sin dejar que yo hablara. Le dijo "Quiríamos un tarro de dolce de leche". Ni bien terminó la frase me miró con un gesto de dolor, él se dio cuenta de lo que había dicho. Pero hasta que no te pasa. El almacenero lo tomó de la camisa y lo tiró al piso sobre el borde de la puerta, con medio cuerpo fuera y medio cuerpo dentro del local. Le hizo una seña a la chica que vendía los fiambres y ella bajó la persiana metálica rápidamente dividiendo a mi marido en dos. Si, es curioso que fuera la chica de los fiambres.

¿Qué mueve a tanta violencia? ¿Desde cuándo se ha sobrevalorado el respeto hacia nuestra lengua? Denise ha recogido el siguiente testimonio de un hombre que ha sido liberado luego de haber sido condenado como culpable de un "crimen gramatical".

O sea, nosotros no queremos que la gente esté muerta. Ni extranjeros ni argentinos ni extraterrestres. A ver, como te explico, ellos vienen acá a hablar mal. Es una provocación. O sea, no se los mata gratuitamente. Que se yo. Estamos defendiendo a nuestro país al fin y al cabo. Si vas a venir a mi nación molestate por aprender mi idioma a la perfección. Que se yo. No se puede. Porque así se deforma todo. O sea, el lenguaje. Los lenguajes, se deforman. Entonces mañana me van a hablar y no los voy a entender, a los que hablen mal. Porque deformaron el lenguaje de Argentina. Lo hacen de a poco. O sea, cada país con sus reglas. Hay países que si cruzás en rojo te mata un auto, ponele. ¿Y entonces? ¿Ahí que onda? Son sus reglas. Hay países que la gente muere porque hay tornados. ¿Le vas a hacer un juicio a Dios? O sea, acá son las reglas. Si no sabés hablar bien el idioma, te matan. Si no lo hacemos nosotros quién lo va a hacer ¿el gobierno? ¿Vamos a esperar a que lo haga el gobierno? O sea, no.

Aquí tenemos otra clave: el gobierno. ¿Qué rol debe cumplir el Estado? Intentamos comunicarnos con diputados y senadores para que nos den alguna palabra sobre el tema y no hemos recibido respuesta. ¿Los gobernantes callan cuando el pueblo habla? ¿Qué? Nada, nada. Por último queremos compartir las palabras del filósofo uruguayo Diego Nielsen, que reside en nuestro país. Él tiene un carácter de doble influencia en estos casos, ya que por un lado es extranjero y por otro lado habla castellano perfectamente.

Podrán decir que Belgrano era un asesino, pero eso sería solo contar una parte de la historia. Y correr el riesgo de comerse un juicio por algún heredero que se sienta ofendido. Creo que los mal llamados "asesinos lingüísticos" deberían elevarse al nivel de GUERREROS DE LA PATRIA. Un país se construye a partir de un lenguaje, dijo alguien. Por ende, se destruye a partir de la desaparición de un lenguaje. Más claro, échenle agua. Los argentinos no pueden dejarse bastardear por los extraños que se inmiscuyen en nuestro territorio de manera encubierta para quedarse con lo que nos pertenece. No nos dejemos vender espejitos de colores otra vez. Basta de permitir el uso y abuso de nuestra sintaxis. Lamentablemente nadie hace nada. ¿O acaso creen que en migraciones se evalúa el nivel idiomático que tienen los que llegan a este país? No, nada de eso, ¡patrañas! Defendamos nuestras raíces. Y si es necesario que corra sangre, Roma no se hizo en un día.

Opiniones en contra, opiniones a favor. El debate ya está abierto. Mientras tanto, en las calles argentinas continúa la inseguridad. Uno ya no sabe si al salir de la casa se estará hablando un idioma distinto, si ya se han ultrajado los artículos, si se ha perdido el sentido de las conjugaciones verbales. Con ese miedo vivimos los argentinos. Nuestras únicas armas, las armas.
Por último decidimos con el doctor Puig rescatar unas palabras de Prima Scaserra que nos hicieron ver las cosas de otro modo. Palabras que nos hacen creer que hay una esperanza, que hay una luz al final del hueco.

Debido al inconveniente del juicio tuve que quedarme en Argentina. Desde la embajada me asignaron un abogado. Cuando lo vi llegar a la oficina casi me muero. Un hombre con unos cincuenta años muy bien llevados, muy guapo, con aires de buen caballero. Nos veíamos seguido por el asunto del juicio, el cual perdimos. Nos empezamos a conocer de a poco. Y hoy día ya estamos casados, esperando una beba que seguramente se llame Malvina. Cada tanto extraño a mi familia, es verdad. Pero he decidido formar una nueva aquí. ¿Cómo? ¿Que si los asesinos gramaticales me cambiaron la vida? ¡Claro! Sinceramente, ahora me siento en mi mejor momento. Ya tuve una oferta para sacar un libro contando mi historia. La idea es donarlo a las escuelas de bajos recursos.


Diego Rosales

miércoles, 20 de mayo de 2009

Todo pasa siempre por un coso azul

Se te cayó algo azul, muy azul, del bolsillo.
No es mío, eh.
Pero yo vi. Se cayó de tu bolsillo.
Terminala.
Me lo quedo. Mirá que me lo quedo.
No es mío, así que hacé lo que quieras.

Al otro día Eduardo extrañaba a su coso azul que se le había caído del bolsillo. Por eso fue a lo de su amigo Dominique, que siempre encontraba la forma de quitarle la amargura. La casa de Dominique quedaba muy lejos de la ciudad pero Eduardo conocía el camino. Subido en su Citroën recorrió la ruta y al llegar a la puerta de la casa suspiró tranquilo al ver a su amigo sentado en su banqueta. Estaba leyendo un libro y al oír el ruido del motor levantó la vista. El brillo del sol le encegueció la mirada por unos segundos hasta distinguir la silueta de Eduardo.
¿Dónde es que lo perdiste?
Se cayó.
Dónde.
En el parque.
Lo dejaste.
Hacete unos mates.

La mujer de Dominique era sordomuda y dormía en la otra habitación. A pesar de eso hablaban bajo. Para espantar a los mosquitos habían colocado un espiral que llenó la casa de un humo oloroso. Eduardo sentía ganas de llorar entre mate y mate, por eso apuraba la cebada. Dominique lo entretenía hablándole acerca de un soldado que lo había visitado el día anterior. Un amigo del padre. El soldado no podía dormir tranquilo desde hacía años porque cada vez que cerraba los ojos se le cruzaban crudas imágenes de lo vivido en la guerra.
¿En qué guerra?
En una que estuvo él y que estuvo mi viejo.
¿Cuál?
No se. Una entre franceses y otros. Creo.
¿La franco-prusiana?
Te digo que no me acuerdo.
No. No puede haber sido esa.
Capaz que no eran franceses.

En el colegio, Nicolás les mostraba a todos sus compañeros el coso azul. A ninguno le llamaba la atención porque no servía ni para jugar a las bolitas ni para comprar golosinas. Pero la señorita Nora sí le prestó atención y puso el grito agudo en el cielo. Apretándole fuerte la oreja lo llevó a Nicolás y al coso a la oficina de la directora. Que no podía ser, que eso de dónde lo había sacado, que esas cosas no son para un chico de su edad, que iban a llamar a los padres, que tampoco se pensará lo que se cuanto.

Claramente Eduardo no lloraba por el soldado. Es que cuando la mujer de Dominique se levantó de la siesta con su camisón rallado y se acercó a su marido para preguntarle dónde estaba la pava, a Eduardo se le hizo un agujero en el pecho. Sintió como que se ahogaba. Y el maremoto de lágrimas reprimido empezó a evacuar por los bien llamados lagrimales sin poder controlarlo. Por suerte Dominique no le daba gran importancia, lo cual permitía que Eduardo siguiera con su moqueo cuasi infantil. La mujer se hizo la superada y decidió cambiar el espiral ya agotado por uno nuevo. Afuera un perro ladraba. Dominique lo hizo entrar. Ensució toda la alfombra y la mujer enfadadísima con el can y con su marido empezó a golpear a ambos con el libro que antes él leía. Eduardo lloraba pero ya sin saber qué pasaba a su lado. Extrañaba algo azul.

El camión de la basura hacía su recorrida de siempre, lenta y ruidosa. Los basureros actuaban coreográficamente bajando y subiendo del camión, corriendo hacia los canastos y arrojando las bolsas cual deporte olímpico. A uno de ellos le llamó la atención que en la gigante bolsa de residuos del colegio estatal sobresaliera uno de esos cosos azules. Se lo mostró al chofer del camión, que con un guante lo agarró y lo ató al espejo retrovisor.
De estos ya no se consiguen.
¿Lo vas a dejar ahí?
Claro, de estos ya no se consiguen.
Cualquier cosa avisame, porque me gustaría tener uno de esos.
Llevalo, lo encontraste vos al fin y al cabo.
No. Está bien. Tengo miedo de romperlo. Más de lo que está.

Gracias a la paciencia de Dominique, Eduardo pudo quedarse a dormir en su casa. Recostado en el sillón. Estaba tan cansado que no tardó en dejarse llevar por el sueño. Y se encontró allí con un soldado que corría y gritaba por sus compañeros, de nombres franceses. Detrás del soldado una tropa de prusianos se acercaba al galope. Eduardo corrió por una calle de barro, que después era una ruta, que después era el patio de un colegio. Era el patio de un colegio. La directora sermoneaba a todos con el dedo índice. Pero de repente un bocinazo y Eduardo se dio vuelta. Otra vez era la ruta. O no. Pero si no era la ruta el camión de basura había entrado al colegio y se acercaba hacia él a mucha velocidad. Eduardo pegó un salto y terminó aplastado contra el parabrisas, con su cara pegoteada en el vidrio, con sus ojos observando como un coso azul colgaba del espejo retrovisor.

sábado, 16 de mayo de 2009

Frío, tibio, caliente

Enchufá la heladera o se pudre todo.

martes, 12 de mayo de 2009

Alto contraste

Te pido perdón por no poder controlar ciertos impulsos. Es que es una manía que tengo siempre, la de no adaptarme al registro correspondiente. Será una cosa de contraste, no se. Para llamar la atención. Tengo que aprender a manejarlo, porque vos bien decís, que llega un punto en que el otro se agota. Como vos ahora, que te agotaste. Por eso te pido perdón. Me doy cuenta medio tarde de algunas cosas. No es que me arrepienta tampoco, pero lo pienso bien y noto que me equivoqué. El otro día por ejemplo. Cuando me dijiste que querías casarte conmigo. Estabas emocionado, medio moqueando, con la alianza que usó tu vieja entre los dedos. Las velitas muy lindas, creaban un clima adecuado. La cena había estado fantástica también. Pero que querés. No lo pude evitar. Me puse a hacer rimas sobre nuestro futuro. Si me pedís casamiento, te mudás a mi apartamento. Que ojo tuvo Cupido, mañana me compro el vestido. En la cena serviremos tarta, no quiero que vaya tu tía Marta. Vos elegite un buen vino, porque a mi me toca seleccionar a los padrinos. En el momento creí que nos estábamos divirtiendo juntos, pero después, a la semana, recapacité en que vos esperabas otra respuesta. Como si no me conocieras. Tampoco sabía si te habías enjado por el hecho de desviar la situación, o si te molestaba el contenido de las rimas. Convengamos en que si bien era apropiada, la última rima era fuerte: Aunque tu viejo es inepto, yo te digo que acepto. Claro, vos ahí en vez de alegrarte te paraste y te fuiste a la cocina, golpeaste la mesada, medio que puteaste. Que se yo. Capaz que yo contesté así como una forma de descomprimir la situación. Mucha vela, mucha solemnidad, mucho llanto contenido de tu parte. Si al fin y al cabo lo divertido de casarse es la fiesta.
No me quiero justificar. Entiendo que a veces no respondo de la forma que "corresponde". Perdón por usar las comillas, se que te molestan. Es que yo también soy espontánea. Soy natural. Me sale así. ¿Te acordás cuando me viniste a contar que te ascendieron en el trabajo? Nos encontramos en ese restaurant porque me tenías que contar "algo importante". Y cuando me diste la noticia me salió de adentro ese llanto angustioso, con mezcla de graznidos. Se que te preocupaste, que me preguntaste si me pasaba algo. Pero en realidad no me pasaba nada. Te vi tan contento que no pude evitar que me invadieran esas ganas de llorar. No, no era de emoción. No me sentía para nada feliz. Creo que era porque me acordé de una nenita que había visto en la calle, que estaba con los cordones desatados. Me la imaginé tropezando y dándose de lleno la jeta contra las baldozas. Puede haber sido eso. Después de esa imagen mental, verte tan feliz, no se. Quizás te quise bajar a la realidad, inconcientemente. No se mucho de psicología. Pero tal vez intenté demostrarte que podés pasar del éxito al fracaso en un segundo. Como ir corriendo a la heladería y pisarse un cordón y caerse de boca al suelo terminando en la guardia de un hospital. De hecho a la semana te despidieron. Por la crisis. Y me llamaste llorando. Y yo, para no ponerme a llorar del otro lado y angustiarte más, te corté. Y me volviste a llamar. Te corté. Llamaste de nuevo, entre enojado y preocupado. Te grité. Te dije que me sentía presionada por vos y por la presión en general. Hiciste un silencio largo, como de un mes.
Lo que tenemos de bueno los dos es que no somos rencorosos. A la larga nos terminamos perdonando. Yo te extraño cuando no estoy con vos. Sé que vos también. Pero yo más. Por eso cuando me enteré que se venía el cumpleaños de tu hermana y me invitó, te dije de reconciliarnos. No tenía sentido estar peleados por esa tontería. Se que estuve mal, pero era una tontería. Lo que pasó en el cumpleaños también fue una pavada. Seamos sinceros. Cuando tu hermana pidió que todos dijeramos unas palabras para el brindis no pude evitar emocionarme y contarles a todos sobre la historia de mi viejo, y cómo fue su horrible enfermedad durante esos siete años. Lo padecimos todos en mi familia. Fue muy fuerte. Estábamos devastados. Así se fueron enfermando mis tíos también. Íbamos de hospital en hospital primero y de sala velatoria a sala velatoria después. Todavía no nos conocíamos nosotros. Mucho menos conocía a tu familia. Era un buen momento para contarlo. Tu hermana me dio el pie. Yo no tengo la culpa que después ninguno quisiera bailar en el carnaval carioca. Que dicho sea de paso, tu hermana se podría haber jugado un poco más con el cotillón. ¿Eran las sobras del cumpleaños de quince de la hija o me pareció a mi?
Igual te pido perdón. Reconozco que no soy la más oportuna. A veces me voy de mambo. Tampoco se si es el momento indicado. Entiendo que toda esta gente está acá para escucharte hablar sobre los balances de la empresa en este último tiempo, el trabajo que mal o bien hiciste desde que asumiste en este puesto. Pero era algo que lo tenía en la punta de la lengua y no podía esperar. Además seguro que volvés tarde a casa hoy y yo ando cansada porque en el gimnasio nos mataron. Ahora llego a casa me pego una ducha y muero en la cama. No te molesto más. Le pido disculpas al resto, que tuvo que escuchar todo esto. Pero que se yo. Yo en casa tengo que escuchar a mi marido hablar de ustedes y de todo el trabajo que le dan y de lo incompetentes que son a veces. Esta vez les tocó a ustedes. Bueno, me voy. Ah, me olvidaba, hoy me llamó tu mamá para comentarme sobre un lío que hubo con la policía y tu primo, pero le empecé a hablar en jeringoso y me cortó. Ahora entiendo de dónde salió tu carácter.

jueves, 7 de mayo de 2009

Te paso la posta

El otro día soñé que comía abejas. Desde el panal. Todos comíamos. Estaban como calcinaditas, crocantes. Un asco.
Me hizo acordar un poco a esta predicción.
Luego, pensando en que las abejas suelen realizar un recorrido en forma de ocho, recordé este texto reciente.
Más tarde, se me ocurrió que, existiendo tan buenos actores, importantes realizadores audiovisuales y reconocidos publicistas, este comercial era una burla indignante a la especie humana. Es agresivo.

No se puede quedar bien con Dior y con Galeano.

martes, 5 de mayo de 2009

Una de hermanos

Porque vos nunca tuviste nada. Y por eso creés difícil entenderme.
De chiquito no tuviste juguetes, ni regalos, ni cumpleaños. Algo triste para un pibe. Pero zafaste también de tener varicela, fiebre, dolor de oído o cualquiera de esas cosas. Yo en cambio me agarraba todas las pestes.
Creciste sin tener amigos. No tuviste ganas de tenerlos tampoco.
No tuviste ni un minuto de fama ni miedo al ridículo.
Tampoco sueños. Tampoco pesadillas.
No tuviste una idea, no tuviste tiempo.
Lo peor es que ahora te miro, después de tanto, y nada cambió. Pasaron años. Añísimos. Y vos no tenés un mango, ni dónde caerte muerto. Pelo no tenés, pero es algo genético, mirame a mi.
Tu piel no parece tener pasado. Tus ojos no tienen paciencia y ya están cerrándose.
No tenés gollete, hermano.
Pensarás cualquier cosa. Que a qué vengo yo a decirte qué. Que quién soy yo para aparecer y despotricar así. No se la respuesta.
Quiero que entiendas que no vengo a demostrarte nada. Mi intención no es refregarte lo que tengo por la cara. Pero es verdad que tengo. De todo. Tengo más cosas de esas que quiero despojarme que de las otras. Conseguí bastante. Y ahora tengo un perro con sarna, tengo un resfrío que no para, tengo un terreno, tengo un par de razones para sonreir, tengo un angustia que aparece de a ratos. También dejé de tener. No puedo, ni quiero, cargar con todo.
Tengo un hermano. Tengo un hermano que no tiene un hermano. Porque nunca quiso tener nada.
Te quiero dejar algo. Quiero que tengas algo. Hoy. Te dejo la última palabra. Ahora tenés algo, es tuyo, hacé lo que quieras. Tenés la última palabra, hermano.

lunes, 27 de abril de 2009

La columna de después del fin de semana

Otra vez voy a usar la columna que me cede esta revista, que es sostenida por importantes políticos que están bancados por poderosas empresas que están entongadas con otras empresas que controlan a los más reconocidos gobiernos que seguramente manejan varias revistas como ésta, para hablar de algo que me pasó el fin de semana, y en lo que seguramente usted, lector, lectora, se verá reflejado, reflejada. ¿Quién no se ha comido un ocho alguna vez? Seguramente usted se está sonriendo y pensará en algun amigo o familiar que no se ha comido ningún ocho aún. Pero, vamos, todos sabemos que son los casos excepcionales. En un mundo tan comunicado (o como diría un amigo, supra-comunicado) es inevitable que uno no se coma un ocho de vez en cuando. De ahí a admitirlo hay un largo trecho. Pero yo, con mi mentalidad europea, puedo asumir que no solo me he comido un ocho este fin de semana, sino que lo he hecho en frente de mi señora y mis hijos (los cuales ya me han pedido que les prepare uno para la próxima salida). Hay que naturalizar el hecho. En España, sin ir más lejos, se está convirtiendo en tradición familiar salir los domingos a comer ochos a los parques públicos. No hay que hacer la vista necia al asunto. Hoy en día, en una sociedad tan consumista (o como diría la tía de un amigo, hiper-consumista) comerse un ocho en público es un acto necesario. ¿Quién no puede recordar su primer ocho? Yo tendría alrededor de doce años cuando salía del cine con el tío Oscar (que no es un tío sino un amigo de mi papá al que con mis hermanos siempre le dijimos tío, cosas de la vida) y de repente me invadieron unas ganas de comerme un ocho que no me aguantaba. Llegamos a casa, me encerré en la pieza y en cuestión de segundos, lo comí. La alegría que sentía era inigualable. Y guardé el secreto mucho tiempo hasta que en una reunión con amigos alguien sacó el tema. Recuerdo nuestras caras avergonzadas y el miedo de admitir lo obvio. Hoy en día muchos de esos amigos son ingenieros, otros médicos y algunos todavía no pudieron. Seguramente muchos de ellos comen los ochos a escondidas, sin saber que el mundo ya está preparado para que nos comamos los ochos con dignidad y decoro. En países como Inglaterra se han implementado planes en los colegios primarios para que los chicos descubran lo que es un ocho y cómo comerlo de manera sana. De esta forma se contiene al niño y se lo prepara para una vida adulta sin prejuicios. Pero de ahí a que en nuestro país alguien tome una iniciativa de ese tamaño, podemos esperar de brazos cruzados sentados en el cordón con los ojos cerrados, como semidormidos contando ovejas que saltan una cerca. Acá nadie hace nada. O hacen todo. Pero mal. Cuando se den cuenta que la solución empieza por permitirle a la gente ser feliz. Porque, seamos sinceros, ¿quién no quiere un mundo lleno de gente feliz? No digo que la felicidad empiece por el ocho, pero cuanto más humanos somos, más humanos seremos (o como diría la hija de un almirante que vivía cerca de una plaza, cuanto más humanos somos, más humanos vamos a ser). Personalmente puedo confesar que ayer por la tarde, mientras paseábamos con mi familia por el shoping center, no dudé ni medio segundo a la hora de comer mi ocho. Podrán tildarme de posmoderno, alternativo o provocador. Yo simplemente sigo mis instintos, que son los instintos del hombre contemporáneo.
Y usted ¿cuándo fue la última vez que se comió un ocho?

jueves, 23 de abril de 2009

Algo huele a pollo

Encontré en el teclado una pestaña que no era mía. Me asusté. Es un ciber, Rodolfo. No es para preocuparse. El otro día había un rulo en mi sopa. No va a comparar. No comparo, comento. Un rulo rojo. Era mío. Usted no es colorado. Era mío, me pertenecía. Yo lo había comprado hacía dos años a una muñeca rusa. ¿A una matrioska? Usted habla raro, tiene algo extraño en la forma de mover los labios. Es que los tengo paspados. Por la sal. Comí con mucha sal. Lo siento. Sinceramente lo siento mucho. Tampoco hagamos espamento de esto. Seguimos en un ciber, Rodolfo. ¿Tenés idea de quién será esta pestaña? Podría fijarme en las cámaras de vigilancia, pero no creo que valga la pena. Hacelo. Por favor.

(
el tiempo pasa)

¿Y?
Nada. Las cámaras no registraron a ningún cliente salir con una pestaña menos. Quizás sea mía. ¿Con cuántas pestañas entró? Esas cosas no se le preguntan a un caballero. Sepa disculpar. Lo sé hacer. He aprendido a perdonar. En esta vida todo se aprende. He tenido que pagar un curso para aprender a hacerlo. Disculpar no es fácil. Es verdad. Sólo es fácil cuando se paga una cuota mensual, como en este curso que le digo. Lo dictaban dos monjas. El otro día vi a cuatro monjas en un fitito. No me pregunte por qué, pero la imagen me causó gracia. ¿Qué? Eso, que las vi y me reí. Pero no con carcajada. Me sonreí. Y me reí por dentro. Me quiero ir. ¿Por? Porque veo tus intenciones. No quise ofenderlo. Le salió mal. Me retiro. Está bien. Son siete con cincuenta, de la máquina. Pero si no la usé. ¿No ve que tiene una pestaña? Pero esa pestaña es suya. No tiene pruebas. Si quiere que le pague me deja usar otra máquina primero. Pase por la doce. ¡Nacho! ¡Habilitame la doce!. Pase Rodolfo, pase por la doce.




(N. de la R. : cuando el autor dice "pestaña" obviamente no quiere decir "pestaña". Tampoco sabemos a qué se refiere. Creemos que Rodolfo tiene algo así como sesenta años. Pero en la versión de cine fue interpretado por un joven Raúl Tybo. O eso fue en teatro. No recordamos con exactitud. La versión completa de este material fue extraviada en una de las mudanzas que tuvimos que hacer de editorial en editorial. Creemos que en las siete hojas faltantes se explicaría un poco más el entorno y las circunstancias. Sin embargo creíamos importantísimo presentar este material pensando en el difícil momento que está atravesando nuestra nación. Si de algo nos enorgullecemos, como medio, es de estar siempre un paso adelante, dos al costado y tres para arriba. Felicitamos al autor, y extendemos un saludo enorme a su familia. Ayer comí pollo y me cayó medio mal. Ando flojo. Mañana o pasado voy al médico.)

lunes, 13 de abril de 2009

Canciones de hojas secas




Lo de acá arriba es "La Chanson de Prévert" de Serge Gainsbourg, interpretada por Kevin Johansen. La canción hace referencia a "Les feuilles mortes", canción de Jacques Prévert que acá abajo se puede escuchar intrepretada por Yves Montand.


martes, 7 de abril de 2009

Da la impresión

Era la pregunta esperable, pero quería evitarla por el momento. A su vez moría por conocer la respuesta. Esperó a que se tomaran otro fernet. Hablaron de los nuevos locales del centro, de lo lindo que se ponían los bares a esa hora y del viento que se estaba levantando. Él pagó el fernet, y Noe pasó al baño. Cuando se lavaba la cara se miraba al espejo y se inquietaba por esa marca, esa cicatriz. Nacía desde la comisura derecha del labio y subía por la mejilla. Generaba una pequeña mueca de comprensión. Como un labio que se sonreía de costado tímidamente. Era una cicatriz obvia, que se notaba a primera vista. Se hundía en la mejilla cómodamente. A Noe le llamaba la atención. Quería saber por qué esa marca.
Cuando salió del baño él la estaba esperando con el pullover en la mano, parado en la puerta del bar. Caminaron por la vereda húmeda abrazados, para luchar contra el viento que les venía de contramano. Las hojas pasaban a su lado como escapando de algo más que del viento. Adrián le contó cómo en el campo le temían a estos ventarrones. Mezcló historias de animales corriendo asustados con cómo había visto volarse el techo de los vecinos cuando era chico. Allí Noe imaginó un pedazo de chapa siendo arrastrada por el viento hasta llegar a la cara de Adrián, golpeándose contra su labio, abriéndolo. Sangre sobre el pasto y caballos corriendo. El grito de los vecinos al ver la mueca desfigurada. Pero al fin era una herida mínima comparada con la gravedad del incidente. Una huella débil, pero muy presente, de lo que podía haber sido una tragedia. Mientras tanto Adrián ya estaba abriendo la puerta de su casa.
Noe no se sorprendía de estar allí. Si bien lo poco que habían hablado en el bar no justificaba esa apropiación del espacio ajeno, Noe se sentía con derecho a pasearse por esa casa. Observaba las fotos que colgaban en la pared y no prestó mucha atención a la colección de discos. Adrián la esperaba en el sillón mientras fumaba un cigarrillo. No podía hacer mucho ante la negativa de tomar algo, picar algo, escuchar algo. Noe se detuvo en una foto de un muelle. Una mala iluminación solo permitía ver las siluetas de unos pescadores, con sus cañas y pescados. Una calidad angustiante la de la imagen, no ameritaba estar expuesta en la pared por más importante que haya sido la anécdota. "Esos son mis primos. Un día de pesca bastante olvidable" remató él desde el sillón. Noe no pudo evitar pensar en un anzuelo enganchado por error en la boca de Adrián, en los primos gritando a su alrededor pidiendo por un médico, en el grito desgarrado de dolor cuando alguien le arrancó el anzuelo de un tirón. La enfermera en el hospital evitando provocarle mucho dolor, mientras los tíos esperaban en el pasillo blanco. Lo miró, él en el sillón terminando el cigarrillo. El filtro pegado entre sus labios acercándose al borde, a la sutura. Humo cubriendo levemente su rostro. Disfrazándolo con una máscara semitransparente. La mano de Adrián sobre el sillón, invitándola a sentarse.
Esa herida no era muy diferente a la de Ramiro. Es decir, era completamente diferente en su forma y en su ubicación, pero por algo no dejaba de ser casi la misma cicatriz. La de Ramiro cruzaba la palma de su mano izquierda. Se la había hecho intentando atravesar un alambrado de chico, en la casa que tenía en Tolosa. Esa mano era lo que le había llamado la atención a Noe. Le había despertado un instinto maternal, o un instinto de asistente de salita de barrio. Esa vez el momento de la pregunta esperable no se hizo tardar. Ramiro contó lo del alambrado despertando un tierno interés en Noe, que exageraba sus gestos de preocupación a medida que escuchaba la historia. Como si fuera una gitana le observaba la palma y tocaba la herida como si estuviese fresca. Él la dejaba que jugara con su mano, que la acariciara en el cine, en la cama.
Adrián pasó su mano por la cintura de Noe y ella se acomodó en el sillón de cuero. Se escuchaban unas gotas de como si lloviera pero no llovía. Él le acarició la espalda y ella, con su mano nerviosa, lo tomó del cuello. Unos dedos tímidos se acercaron a sus labios, que el besó suavemente. Adrián se acomodó en sillón para acercarse, Noe suspiró y acercó su rostro. Se besaban mientras ella pensaba en su labio, en más allá de su labio. En la línea profunda, la cicatriz, la sensación horrible de que algo le arrancara la mejilla, el dolor de la aguja cociendo la piel, la mano apretada a la sábana, algo de sangre, algunas lágrimas de dolor. Y ahí estaba ella. Besándolo con angustia, como si abrazara a un chico indefenso. Apretando sus labios contra su mejilla para sanarla. Adrián le seguía el juego y la recostó sobre el sillón sin dejar de besarla. Adrián no sabía que le seguía el juego pero sí que la recostaba sobre el sillón sin dejar de besarla.
Semidormidos se miraban a los ojos. Agotados. A él se le cerraban los ojos mientras ella con su índice le recorría la cara. Le peinó las cejas. Le rascó la nariz. Le secó los labios. No aguantaba un segundo más. Se animó antes de que se durmiera del todo. “¿Cómo fue?”. Él hizo el gesto de abrir los ojos sorprendido pero sin abrirlos demasiado porque seguía como si durmiera. “Que cómo te hiciste esta lastimadura”. Adrián siguió en su estado somnoliento emanando un quejido que sonó a pregunta. Noe puso la yema del índice en la comisura y siguió el recorrido hasta el centro de la mejilla derecha. “¿Qué pasó?”. Adrián como que rió incrédulo. “Nada. No pasó nada” murmuró. Y después durmió. Noe se acomodó a su lado, de espaldas. Cerró los ojos. Y otra vez imaginó. Ahora era una pelea de pareja. Adrián que gritaba en caliente, con la cara roja y una vena en el cuello que parecía que iba a explotar. Un grito, un golpe a una pared. La mano de Adrián tomando el brazo de la chica y ella que se intenta zafar. Él la mira con ojos de enojo. Ella que se asusta y lo empuja contra una pared, pero él tropieza contra la mesa y se golpea contra la puerta ventana. De ahí el vidrio que se rompe y cristales por todos lados. Unos pequeños que se le clavan en el brazo, otros sobre la mesa y la mejilla que le sangra, el labio también. Silencio. No hay grito de dolor ni llamen a un médico. Adrián que se arrodilla asustado por la sangre que ve caer, Noe que se le acerca asustada para intentar ayudarlo. Con cuidado lo levanta para acostarlo en el sillón y toma su celular para llamar una ambulancia.

domingo, 29 de marzo de 2009

De todas formas

Y tal vez pensó que no había hecho lo correcto. Y también pensó que nunca lo iba a hacer. Pero sintió que al fin se desprendía de ese recuerdo, sintió que lo dejaba subir en globo.
Seguramente volverá disfrazado de otra cosa. De azafata. Porque esos recuerdos se vuelven siempre, envuelven.
Esos recuerdos vuelven siempre.
Allways.
All ways.

miércoles, 25 de marzo de 2009

25

En un día como el de ayer pero de años atrás empezaba a gobernar en Argentina una pena de muerte.

miércoles, 18 de marzo de 2009

De rraíz

Un viento fuerrte y seco se levanto a la horra de la siesta. Los chicos mirraban con los ojos bien abierrtos como las hojas pasaban fugaces. Esto fue mucho, mucho antes del otoño.
Después se juntarron las nubes oscurras en el cielo. De a poco cubrrían todo lo celeste, hasta dejarr a la ciudad bajo una espesa masa negrra.
Los grrandes que se levantaban de la siesta empezaban a trrabarr todas las puerrtas y se cerrciorraban de que todas las ventanas estuviesen bien cerradas. Algunos más superrsticiosos prrendían alguna vela y murrmurraban orraciones.
Los chicos mirraban porr las pocas ventanas que podían. Esperraban ansiosos lo que las nubes íban a trraerr. Se rreían y hacían brromas sobrre las posibilidades. "Lloverrán caballos". "Hoy no. Hoy caerrán fideos". "Ojalá lluevan más nubes" dijo una ilusa, rrecorrdando la vieja historria de la lluvia parradójica.
En casa del intendente, éste y su esposa discutían sobrre cómo afrrontarr la situación. La última lluvia, la de perros y gatos, había causado tal caos en la ciudad que el anterriorr intendente se vio en la obligación de rrenunciarr. Y las calles inundadas de caca de perro y ovillos de lana fuerron tema polémico porr más de un mes. La esposa había sugerrido tiempo atrrás techarr la ciudad con una grran mediasombrra. Grrupos ecologístas se opusierron y se unierron a la agrrupación de Señorres Que Arreglan Goterras y Bollos. De esta forrma ni el intendente ni su esposa logrrarron nunca conseguirr el apoyo financierro necesarrio. Y ahorra el intendente llorraba. Y la esposa cerraba las ventanas.
Se iluminó el cielo y a los segundos se oyó el trrueno. Los niños que antes apostaban a adivinarr la lluvia, corrierron a esconderrse debajo de la cama. Los grrandes hicierron lo mismo.
Pocos quedarron obserrvando asustados a la inmensa masa negrra. Otrro rrelámpago. Otrro trrueno. Y así. Perro no caía nada. Un trrueno enorrme desperrtó hasta a los anestesiados. Perro en el cielo nada.
Uno se dio cuenta, obserrvando su jarrdín, lo que trraía entrre manos la lluvia esta vez. Erra una lluvia trradicional, esa hecha de gotas. Perro parra sorrprresa de todos, nacía desde el suelo. Empezarron siendo unas pocas gotas que se desprrendían del pasto y volaban hacia las nubes. Parrecían inofensivas. Hasta que uno vio como su enano de jarrdín empezó a elevarrse porr la fuerrza de la lluvia. Se elevó hasta perrderrse entrre las nubes. Empezaban a despegarrse las florres, los semáforros, las alcantarrillas. La lluviecita se fue convirrtiendo en diluvio. Ahorra volaban las baldozas de la calle, los pisos de maderra de algunas casas, los árrboles erran arrastrrados hasta las nubes. Y ahí se perrdían. Alguien vio subirr a su perro, que estaba en su cucha. Al salirr corriendo a intentarr rrescatarrlo, la lluvia se lo llevó. Y de a poco se empezó a llevarr todo. Hacia arriba. Las casas más prrecarrias se fuerron prrimerro, como parrte de un espectáculo de aguas danzantes. Toda la ciudad se desaparrecía parra arriba. Había llantos, grritos, alguna carrcajada diverrtida. Había la carra del intendente que solo pensaba en el discurrso del día siguiente, había familias enterras que subían tomadas de la mano, había miedo, había esperranza. Había una ciudad que se subía. Una ciudad que se empezaba ahorra entrre las nubes. Arríba había algo rrarramente nuevo. Había abajo una ciudad rrota.