sábado, 30 de enero de 2010

Arde antes de apagarse o quema y se enciende



Una vez en el tren se me puso a hablar una señora. El tren estaba lleno de personas que habían ido a manifestar y volvían a sus casas. Apretados todos entre bombos, ollas, banderas; yo al borde de la puerta, al menos recibía algo de viento en la cara. La señora me comentó a qué habían ido y parte de las cosas que estaban sucediendo en su ciudad y, en general, en toda la provincia. ¿Y vos? Yo nada. No se mucho del tema, ni estoy involucrado en política. Pero sí. En realidad sé. Porque lo que ella me contaba yo lo podía saber, lo podía suponer. Y si no sabía eso, sabía, sé, otras cosas. Pero no, no participaba.

Otra vez se me puso a hablar otra mujer. También en el tren. Más mayor en este caso. Recuerdo que hasta me dijo dónde vivía y que podía pasar a visitarla cuando yo quisiera. Cuando le conté que era actor me dijo "de comedia, ¿no?. Con esa cara en el drama no te veo". Me hizo reír. Me gustaba lo suelta que hablaba, desfachatada y sin filtro. La palabra desfachatada me parece de ficción. Más que nada me imagino que se usa en obras o cuentos infantiles. Debe ser porque suena graciosa.

En la cola del cine para ver Titanic la señora de atrás me corrigió cuando dije que me había gustado (en el trailer, naturalmente) la parte en que media parte del barco se cae al agua. Sería la popa, o la proa, no recuerdo. La señora, entre risas, me indicó que el barco no se "cae" sino que se "hunde". La miré, le sonreí y volví a hablar con mis amigos. La señora se equivocaba. Parte del barco se hunde, la otra parte se eleva dejando al trasatlántico casi en vertical. La parte superior que está fuera del agua, se quiebra y cae al agua. Luego se hundirá seguramente. Pero primero cae. Ojalá esa mujer lea esto y le quede claro lo que quise decir.


Es proable que escriba algo interesante la próxima, o la próxima, o la próxima. Por ahora dejemos ver que pasa con estas confesiones inconexas de mi vida privada. Al fin y al cabo es un blog.

viernes, 29 de enero de 2010

Sobra

En las noches de Howard y Derek llega un momento en que hay un brazo que sobra. Ese que queda atrás de la otra espalda, y que en algún momento se duerme, se cosquillea todo y molesta. Para quitarlo hay que tener extremo cuidado en no despertar al otro, al dueño de la espalda. Derek, quien suele ser la víctima, despega su brazo con delicadeza. Una vez salvado, ese brazo tarda en recuperar su sensibilidad. Cuando lo hace ya no sabe dónde ubicarse, porque no puede abrazar como el otro, y quedarse de costado le es medio molesto. Entonces se ubica hacia arriba, medio doblado esperando a incomodar de nuevo.
A veces es el brazo de Howard el que se aplasta bajo la espalda de Derek. Pero Howard es más brusco y no teme en despertar a su partenaire de lecho. Lo que provoca una pequeña discusión de madrugada que ambos olvidan al amanecer, donde seguramente Derek sienta su brazo ahogado.
Una mañana Derek tomó una deteminación. En el desayuno, mirándo fijamente a los ojos de Howard le dijo que planeaba cortarse el brazo. Él rió nervioso, creyendo que se trataba de una broma. Pero la detallada explicación de los pasos a seguir le hicieron dar cuenta de que hablaba en serio. Primero anestesiarlo (quizás aprovechar la mañana, que la extremidad ya se encuentra adormecida), luego marcar con un fibrón unas líneas donde empieza el hombro. La parte más difícil le tocaba a Howard, naturalmente. Él debía empuñar el hacha (o la sierra) para realizar el corte sobre las líneas puntadas. Después, una buena cocida y limpiar un poco la sangre. No se necesitaba ser un expeto. Howar dudaba. Dudó toda una semana. Hasta que una noche Derek le pidió de no dormir abrazados. Se acostaron a una distancia relevante, pero inevitablemente, sus cuerpos acostumbrados se plegaron en uno, con el brazo de Derek bajo la espalda de Howard. Derek quita su brazo dormido y decide dormir sentado frente al escritorio. Howard le pide que vuelva a la cama, pero él no quiere. Howard insiste. Derek lo mira con media sonrisa, y luego mira su hombro. Howard sale de la habitación y vuelve con el hacha y un delantal blanco de carnicero.
Fueron tres semanas en las que durmieron sin brazos de sobra. Derek abrazaba unimembremente a Howard y podían descansar tranquilos. Mientras no fuera Howard el que quisiera abrazarlo, ya que ahí se veía obligado a colocar su brazo bajo la espalda y otra vez...
Las habilidades del brazo de Derek habían avanzado velozmente. Se las había rebuscado para pelar papas, tipear en la compu y aplaudir la maniobra del piloto al aterrizar el avión. Sin embargo extrañaba. No su brazo, que había sido reemplazado hábilmente por el vacío, sino los abrazos de Howard. Esos abrazos en la cama, que no eran muy comunes, y que terminaban con la torpeza de Howard arrancándolo de su lugar en medio de la madrugada. Esos abrazos ya no existían. Ahora era él el encargado oficial del abrazo nocturno. Un día lo esperó sentado en la cocina a que llegara de trabajar. No podía evitar su angustia, su malestar por haber perdido más que su brazo, sino que también los de Howard. Iba a confesarle su dolor, a rogarle que se animara a quedarse con uno solo también, le iba a mentir sobre los beneficios y el poco dolor. No fue necesario. Howard volvió sin su brazo izquierdo y con la huella de la manga del saco arrancada. Derek se quedó boquiabierto. Howard, sin tristeza, le contó el accidente con el tren, mientras cruzaba la vía con el walkman a todo volúmen. Rieron hasta el llanto y se tiraron en la cama para abrazarse. Howard abrazó a Derek y se durmieron sonrientes. A los diez minutos Howard se levantó porque se dio cuenta que no había cenado. En la heladera no había nada. Despertó a Derek para preguntárle porqué no había nada allí. Derek se molestó por la forma patotera. Howard amenazó con agarrar su auto e ir a comprar algo. Derek se burló de que no iba a saber manejar así. Howard pateó una silla, que golpeó un minicomponente, encendiendo la radio desde donde se empezó a escuchar una melodía de jazz. Derek pidió perdón por no haber comprado nada. Pero le aseguró que en la alacena debía haber algo de arroz, o fideos. Y se volvió a dormir. Howard estuvo catorce horas intentando hacer los fideos con su único brazo. Harto llamó al delivery. Le trajeron milanesa con fritas. Derek se despertó y almorzaron juntos. Sin apagar la radio, que sonaba de fondo tapando el silencio.

sábado, 23 de enero de 2010

Notificación:

Las pilas del blog ya están cargadas. Ahora solo falta ver en qué invertimos su energía. Intentemos no agotarlas antes de mitad de año.

La casa.