martes, 7 de abril de 2009

Da la impresión

Era la pregunta esperable, pero quería evitarla por el momento. A su vez moría por conocer la respuesta. Esperó a que se tomaran otro fernet. Hablaron de los nuevos locales del centro, de lo lindo que se ponían los bares a esa hora y del viento que se estaba levantando. Él pagó el fernet, y Noe pasó al baño. Cuando se lavaba la cara se miraba al espejo y se inquietaba por esa marca, esa cicatriz. Nacía desde la comisura derecha del labio y subía por la mejilla. Generaba una pequeña mueca de comprensión. Como un labio que se sonreía de costado tímidamente. Era una cicatriz obvia, que se notaba a primera vista. Se hundía en la mejilla cómodamente. A Noe le llamaba la atención. Quería saber por qué esa marca.
Cuando salió del baño él la estaba esperando con el pullover en la mano, parado en la puerta del bar. Caminaron por la vereda húmeda abrazados, para luchar contra el viento que les venía de contramano. Las hojas pasaban a su lado como escapando de algo más que del viento. Adrián le contó cómo en el campo le temían a estos ventarrones. Mezcló historias de animales corriendo asustados con cómo había visto volarse el techo de los vecinos cuando era chico. Allí Noe imaginó un pedazo de chapa siendo arrastrada por el viento hasta llegar a la cara de Adrián, golpeándose contra su labio, abriéndolo. Sangre sobre el pasto y caballos corriendo. El grito de los vecinos al ver la mueca desfigurada. Pero al fin era una herida mínima comparada con la gravedad del incidente. Una huella débil, pero muy presente, de lo que podía haber sido una tragedia. Mientras tanto Adrián ya estaba abriendo la puerta de su casa.
Noe no se sorprendía de estar allí. Si bien lo poco que habían hablado en el bar no justificaba esa apropiación del espacio ajeno, Noe se sentía con derecho a pasearse por esa casa. Observaba las fotos que colgaban en la pared y no prestó mucha atención a la colección de discos. Adrián la esperaba en el sillón mientras fumaba un cigarrillo. No podía hacer mucho ante la negativa de tomar algo, picar algo, escuchar algo. Noe se detuvo en una foto de un muelle. Una mala iluminación solo permitía ver las siluetas de unos pescadores, con sus cañas y pescados. Una calidad angustiante la de la imagen, no ameritaba estar expuesta en la pared por más importante que haya sido la anécdota. "Esos son mis primos. Un día de pesca bastante olvidable" remató él desde el sillón. Noe no pudo evitar pensar en un anzuelo enganchado por error en la boca de Adrián, en los primos gritando a su alrededor pidiendo por un médico, en el grito desgarrado de dolor cuando alguien le arrancó el anzuelo de un tirón. La enfermera en el hospital evitando provocarle mucho dolor, mientras los tíos esperaban en el pasillo blanco. Lo miró, él en el sillón terminando el cigarrillo. El filtro pegado entre sus labios acercándose al borde, a la sutura. Humo cubriendo levemente su rostro. Disfrazándolo con una máscara semitransparente. La mano de Adrián sobre el sillón, invitándola a sentarse.
Esa herida no era muy diferente a la de Ramiro. Es decir, era completamente diferente en su forma y en su ubicación, pero por algo no dejaba de ser casi la misma cicatriz. La de Ramiro cruzaba la palma de su mano izquierda. Se la había hecho intentando atravesar un alambrado de chico, en la casa que tenía en Tolosa. Esa mano era lo que le había llamado la atención a Noe. Le había despertado un instinto maternal, o un instinto de asistente de salita de barrio. Esa vez el momento de la pregunta esperable no se hizo tardar. Ramiro contó lo del alambrado despertando un tierno interés en Noe, que exageraba sus gestos de preocupación a medida que escuchaba la historia. Como si fuera una gitana le observaba la palma y tocaba la herida como si estuviese fresca. Él la dejaba que jugara con su mano, que la acariciara en el cine, en la cama.
Adrián pasó su mano por la cintura de Noe y ella se acomodó en el sillón de cuero. Se escuchaban unas gotas de como si lloviera pero no llovía. Él le acarició la espalda y ella, con su mano nerviosa, lo tomó del cuello. Unos dedos tímidos se acercaron a sus labios, que el besó suavemente. Adrián se acomodó en sillón para acercarse, Noe suspiró y acercó su rostro. Se besaban mientras ella pensaba en su labio, en más allá de su labio. En la línea profunda, la cicatriz, la sensación horrible de que algo le arrancara la mejilla, el dolor de la aguja cociendo la piel, la mano apretada a la sábana, algo de sangre, algunas lágrimas de dolor. Y ahí estaba ella. Besándolo con angustia, como si abrazara a un chico indefenso. Apretando sus labios contra su mejilla para sanarla. Adrián le seguía el juego y la recostó sobre el sillón sin dejar de besarla. Adrián no sabía que le seguía el juego pero sí que la recostaba sobre el sillón sin dejar de besarla.
Semidormidos se miraban a los ojos. Agotados. A él se le cerraban los ojos mientras ella con su índice le recorría la cara. Le peinó las cejas. Le rascó la nariz. Le secó los labios. No aguantaba un segundo más. Se animó antes de que se durmiera del todo. “¿Cómo fue?”. Él hizo el gesto de abrir los ojos sorprendido pero sin abrirlos demasiado porque seguía como si durmiera. “Que cómo te hiciste esta lastimadura”. Adrián siguió en su estado somnoliento emanando un quejido que sonó a pregunta. Noe puso la yema del índice en la comisura y siguió el recorrido hasta el centro de la mejilla derecha. “¿Qué pasó?”. Adrián como que rió incrédulo. “Nada. No pasó nada” murmuró. Y después durmió. Noe se acomodó a su lado, de espaldas. Cerró los ojos. Y otra vez imaginó. Ahora era una pelea de pareja. Adrián que gritaba en caliente, con la cara roja y una vena en el cuello que parecía que iba a explotar. Un grito, un golpe a una pared. La mano de Adrián tomando el brazo de la chica y ella que se intenta zafar. Él la mira con ojos de enojo. Ella que se asusta y lo empuja contra una pared, pero él tropieza contra la mesa y se golpea contra la puerta ventana. De ahí el vidrio que se rompe y cristales por todos lados. Unos pequeños que se le clavan en el brazo, otros sobre la mesa y la mejilla que le sangra, el labio también. Silencio. No hay grito de dolor ni llamen a un médico. Adrián que se arrodilla asustado por la sangre que ve caer, Noe que se le acerca asustada para intentar ayudarlo. Con cuidado lo levanta para acostarlo en el sillón y toma su celular para llamar una ambulancia.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Ciertos dejos "Cortazianos", me gustó.

Beso

Andrea dijo...

con qué claridad puede ud mostrar el modo en que la fantasía crea nuestras realidades!!!

LALE dijo...

Coincido con Marian, tiene algo de Cortázar, de todos los fuegos. Muy lindo. Saludos!