Pegarse un baño
Pegarse un baño, pero que duela. Que los chorros de agua se claven en la espalda con violencia y dejen marcas rojas en la piel. Que el jabón arda y la esponja raspe. La piel se irá saliendo de a poco, por lo cual es conveniente estar atento a no tapar la rejilla. Que el shampoo se meta en los ojos y los dedos enjabonados no puedan hacer nada para limpiarlos. Las pupilas quedarán ardidas y brillosas y sólo se verán haces blancos. Que la crema de enjuague se espese y pegotee en todo el cuero cabelludo. Que haya que arrancarse los pelos de a montones para poder quedar limpio. Tragar agua caliente y jabonosa que incendie los labios y la lengua. Quitarse la mugre de las uñas con un cepillo de cerdas filosas, que deje los dedos manchados de sangre y Palmolive. Que se empañe todo, que el vapor asfixie, que el piso se humedezca y sea probable resbalarse al primer paso. Que los chorros de agua insistan con penetrar la espalda. Y que el agua salga cada vez más caliente, incluso cuando se abra la canilla del agua fría. Aún más cuando se intente cerrarla. Pegarse un baño para terminar con moretones y frutillas en las rodillas, con poco pelo, con la boca roja, derrotado por knock out. Ponerse el pijama y arrojarse sobre la cama.