viernes, 29 de enero de 2010

Sobra

En las noches de Howard y Derek llega un momento en que hay un brazo que sobra. Ese que queda atrás de la otra espalda, y que en algún momento se duerme, se cosquillea todo y molesta. Para quitarlo hay que tener extremo cuidado en no despertar al otro, al dueño de la espalda. Derek, quien suele ser la víctima, despega su brazo con delicadeza. Una vez salvado, ese brazo tarda en recuperar su sensibilidad. Cuando lo hace ya no sabe dónde ubicarse, porque no puede abrazar como el otro, y quedarse de costado le es medio molesto. Entonces se ubica hacia arriba, medio doblado esperando a incomodar de nuevo.
A veces es el brazo de Howard el que se aplasta bajo la espalda de Derek. Pero Howard es más brusco y no teme en despertar a su partenaire de lecho. Lo que provoca una pequeña discusión de madrugada que ambos olvidan al amanecer, donde seguramente Derek sienta su brazo ahogado.
Una mañana Derek tomó una deteminación. En el desayuno, mirándo fijamente a los ojos de Howard le dijo que planeaba cortarse el brazo. Él rió nervioso, creyendo que se trataba de una broma. Pero la detallada explicación de los pasos a seguir le hicieron dar cuenta de que hablaba en serio. Primero anestesiarlo (quizás aprovechar la mañana, que la extremidad ya se encuentra adormecida), luego marcar con un fibrón unas líneas donde empieza el hombro. La parte más difícil le tocaba a Howard, naturalmente. Él debía empuñar el hacha (o la sierra) para realizar el corte sobre las líneas puntadas. Después, una buena cocida y limpiar un poco la sangre. No se necesitaba ser un expeto. Howar dudaba. Dudó toda una semana. Hasta que una noche Derek le pidió de no dormir abrazados. Se acostaron a una distancia relevante, pero inevitablemente, sus cuerpos acostumbrados se plegaron en uno, con el brazo de Derek bajo la espalda de Howard. Derek quita su brazo dormido y decide dormir sentado frente al escritorio. Howard le pide que vuelva a la cama, pero él no quiere. Howard insiste. Derek lo mira con media sonrisa, y luego mira su hombro. Howard sale de la habitación y vuelve con el hacha y un delantal blanco de carnicero.
Fueron tres semanas en las que durmieron sin brazos de sobra. Derek abrazaba unimembremente a Howard y podían descansar tranquilos. Mientras no fuera Howard el que quisiera abrazarlo, ya que ahí se veía obligado a colocar su brazo bajo la espalda y otra vez...
Las habilidades del brazo de Derek habían avanzado velozmente. Se las había rebuscado para pelar papas, tipear en la compu y aplaudir la maniobra del piloto al aterrizar el avión. Sin embargo extrañaba. No su brazo, que había sido reemplazado hábilmente por el vacío, sino los abrazos de Howard. Esos abrazos en la cama, que no eran muy comunes, y que terminaban con la torpeza de Howard arrancándolo de su lugar en medio de la madrugada. Esos abrazos ya no existían. Ahora era él el encargado oficial del abrazo nocturno. Un día lo esperó sentado en la cocina a que llegara de trabajar. No podía evitar su angustia, su malestar por haber perdido más que su brazo, sino que también los de Howard. Iba a confesarle su dolor, a rogarle que se animara a quedarse con uno solo también, le iba a mentir sobre los beneficios y el poco dolor. No fue necesario. Howard volvió sin su brazo izquierdo y con la huella de la manga del saco arrancada. Derek se quedó boquiabierto. Howard, sin tristeza, le contó el accidente con el tren, mientras cruzaba la vía con el walkman a todo volúmen. Rieron hasta el llanto y se tiraron en la cama para abrazarse. Howard abrazó a Derek y se durmieron sonrientes. A los diez minutos Howard se levantó porque se dio cuenta que no había cenado. En la heladera no había nada. Despertó a Derek para preguntárle porqué no había nada allí. Derek se molestó por la forma patotera. Howard amenazó con agarrar su auto e ir a comprar algo. Derek se burló de que no iba a saber manejar así. Howard pateó una silla, que golpeó un minicomponente, encendiendo la radio desde donde se empezó a escuchar una melodía de jazz. Derek pidió perdón por no haber comprado nada. Pero le aseguró que en la alacena debía haber algo de arroz, o fideos. Y se volvió a dormir. Howard estuvo catorce horas intentando hacer los fideos con su único brazo. Harto llamó al delivery. Le trajeron milanesa con fritas. Derek se despertó y almorzaron juntos. Sin apagar la radio, que sonaba de fondo tapando el silencio.

2 comentarios:

Andrea dijo...

pero... acaso la felicidad no es posible ni siquiera como una tregua?

santi dijo...

hay textos que hacen que te den ganas de escribir. este me hizo eso instantaneamente, con una idea que hasta hoy no terminó de tomar forma, pero que ya tenía unas líneas justo después de que terminé de leerlo.

espero que no haya sido una molestia que tome tus ingredientes para hacer otra torta. es que no pude resistir la tentación.