Zanahoria rallada
El conejo consiguió trabajo como repartidor de zanahorias a domicilio. La dueña del negocio, una ardilla merquera, no quería conejos trabajando en su local, temiendo que empiece un tráfico de zanahorias paralelo. Pero este conejo, con esa cara de pobre rabbit, era incapaz de planear un fin de semana.
Llevando un pedido al hueco de un sauce, donde habitaban una familia de conejos de la high, conoció a la Coneja Adriana, y como era lógico, se enamoró. Ella no lo registra, tiene las orejas apuntando en otra dirección. Vive soñando secretamente con acostarse con una osa que vive cerca del río. Cada vez que sale a pasear en familia y ve a la Osa Bernarda tomar sol boca arriba, empieza a sentir un cosquilleo en el pompón trasero. Sabe, de todas formas, que la familia Sauce Arriaga no toleraría jamás esa relación.
El conejo repartidor no sufre. Con verla a Adriana cada vez que le alcanza su canasta semanal, es feliz. No aspira a otra cosa.
La noche en que fue interceptado por un grupo de zorros que le desbarataron la canasta y le robaron la poca propina que había juntado, el conejo quedó golpeado y dormido cerca de la cueva de la Osa Bernarda. Despertó a su lado, recostado sobre un colchón de hojas bien acomodadas. La Osa Bernarda le preparó un desayuno rico en proteínas. Le curó una herida detrás de la oreja y lo invitó a quedarse con ella hasta que se sintiera mejor.
La ardilla merquera mandó a un grupo de cóndores a realizar la búsqueda del conejo desaparecido. Cuando encontraron el rastro dejado y llegaron a la puerta de la cueva, la Osa Bernarda, con gruñidos y manotazos, los espantó a todos. "Que nadie lo joda", dijo. El conejo repartidor, más por miedo que por convicción, le agradeció por la ayuda. Vivieron juntos, hibernaron juntos, jugaron juntos.
Frente a ellos siempre pasaba la Coneja Adriana, que miraba al conejo ex repartidor, con sus ojos rojos llenos de ira. Pero el conejo la observaba con una sonrisa de dos dientes, eternamente enamorado, dormido en la esperanza de lo que sabía no iba a pasar. Bernarda, a todo esto, ni enterada. No se caracterizaba por ser observadora, mucho menos sentimental. Amaba al ex repartidor más como a un hijo que otra cosa, aunque cojían como conejos.
Adriana golpeó la puerta del local. La ardilla merquera la recibió en su despacho. Planearon.
Al otro día, bien tempran, cuando la Osa Bernarda dormía como oso, los dos, sigilosos, raptaron al conejo ex repartidor, y prontamente, ex conejo. Lo ataron contra un árbol y lo torturaron. La ardilla merquera le pidió que le devuelva las zanahorias desaparecidas. La Coneja Adriana le pedía consejos para conquistar a la Osa Bernarda. Pero el conejo, con cara de pobre rabbit, asustado como nunca en su vida, no hacía más que llorar. Le empezaron a tirar coquitos, y el pobre murió de un paro cardíaco. Lo abrieron al medio. La ardilla merquera se quedó con la carne, para hacerse un buen asado. La Coneja Adriana se quedó con su piel, se disfrazó de él y se fue a la cueva a descansar al lado de la Osa Bernarda, hasta esperar que despierte.
5 comentarios:
Aplaudo de pie.
Los hermanos Grimm un poroto.
regalo estadía en un centro de rehabilitacion para la ardilla merqueraa
¡FELICIDADES, POETA!
jaja tremendo relato!
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