domingo, 1 de noviembre de 2009

Visitas nocturnas

Le está poniendo un parche a un jogging. Cose. Se pincha un par de veces, no usa dedal. Pero tiene dedal en el costurero. El bebé llora desde el cochecito. Por el olor, se sabe, se hizo caca. Habría que cambiarle el pañal. Pero primero terminar con el parche. Otro pequeño pinchazo. Ruido de llaves. Alguien entra a la casa murmura un saludo y pasa directamente a la habitación. Baja la persiana y se tira en la cama vestido. Vestido para dormir.

Después de cambiarle los pañales el bebé no parece tan molesto. Sentado en el piso de cerámicos juega con un librito para colorear. Lo abre, lo cierra, lo tira. Lo pinta y se pasa de la raya. Ella puso el agua en la pava y espera al lado que no llegue a hervir. Se escucha un celular en la pieza. El dormido lo atiende y habla. Habla dormido. Cuelga. El agua ya está y ella prepara los mates.

El dormido se levanta completamente despeinado y va al baño. Pisa un crayón en el camino. El bebé está masticando una masita con sus dos únicos dientes mientras se ríe de unos dibujos que ve en la tele. Son tres bichos que viajan en una nave espacial multicolor. Ella se terminó la pava y mira por la ventana. Las nubes están grises.

A la hora de la cena están los tres sentados alrededor de la mesa. El bebé en su sillita alta, toma su leche del vasito con tapita. El dormido, que sigue dormido, mira en la tele el resumen de los partidos. Ella se concentra en su sanguche de milanesa. Suena el teléfono. El de la casa. Los tres se miran. El dormido apaga la tele y se va corriendo a la habitación. Ella se quita la pollera y se pone el jogging con el parche. El bebé se baja de la sillita alta y se acerca al inalámbrico. Atiende. Habla poco. Si, si, aham, claro. Corta. "Están por llegar".

Suena el timbre. Se escucha un trueno y las primeras gotas que caen. Suena el timbre de nuevo. Ella va a atender. Entra el intendente junto a dos policías armados. Camina hacia el comedor. Observa el costurero y da una orden para que los policías lo revisen. Encuentran un dedal. Miran la mano de ella, con los índices marcados por los pinchazos con la aguja. El intendente la toma por el cuello y la empuja contra la pared. Afuera el viento se escucha más fuerte cada vez. Los policías le apuntan a ella, que se muerde los labios para no hablar. No piensa decir nada. El intendente le pega una trompada. De la pieza, desesperado, sale el dormido, más despierto que nunca. Ataca por la espalda a uno de los policías obligándolo a tirar el arma. El otro policía está a punto de dispararle cuando el televisor se enciende solo y los tres bichitos que viajan a por el espacio empiezan a cantar a todo volumen. El policía se altera y dispara al televisor asustado. El intendente toma el arma que está en el piso y apunta al dormido. "¿Dónde está?". El dormido saca un pedazo de sandwich de milanesa del bolsillo y empieza a comerlo, esperando su final. El intendente dispara. El dormido cae. Del techo empieza a caer una gota. Se filtra. Uno de los policías corre hacia el pasillo. Tropieza al pisar el pañal que estaba en el piso y cae. El intendente y el otro policía van detrás y ven una puerta en el fondo. Se acercan lentamente. Atrás, sin hacer ruido, los sigue ella, caminando de rodillas. Ellos casi al lado de la puerta, caminan más despacio. Ella lanza un alfiler a la pierna del policía, que cae pegando un grito de horror. El intendente se da vuelta y sin dudarlo dispara sobre la frente de ella. La mira con goce macabro. La puerta se abre detrás de él, y en la silla alta, el bebé. "Los estaba esperando".

Afuera la lluvia empieza a calmarse.

3 comentarios:

unServidor dijo...

Estás cada día más loco.
Eso.
;)

pasajera intranquila dijo...

gracias hermossissimo con dos eses como gilda y lucrecia.
abrazos enormes chap

Andrea dijo...

uy

obscurece en el blog de chap