Decidido a ordenar mi vida, empiezo. Acoto el panorama y me enfoco en mi casa. Ordenaré mi casa. Yo, primera persona del singular, ordenaré mi casa. Pondré orden a las cosas de mi casa. Seré específico. Empezaré por mi habitación. Mi cuarto. Partiendo de la enteridad de mi vida, nos enfocamos en el cuarto. Borro por un instante el resto de las instalaciones de mi hogar, apago las luces del living , comedor, cocina, lavadero, jardín de invierno, pasillo, y me encierro a desentrañar el caos de mi pieza. Identifico sectores. Sector cama, sector escritorio, sector armario, sector montaña de ropa y varios. Limito el objetivo de hoy: sector armario. ¡Oh closet fatal! Abro tus puertas y me rindo a tu magnitud. Escupes objetos de todo tipo entre tus dientes de cajones y observas desde tus pestañas de perchas. Se me nublan los ojos de lágrimas al sentirme desbordado con tu ostentosa anarquía. Respiro hondo tu aroma a naftalina. Escojo un comienzo. Un cajón. El cajón. Se estira para mostrar su contenido. Apuntes, fotocopias, anotaciones, palabras, palabras, parole . Algo con lápiz, algo resaltado, algo azul, algo prestado. Suficiente. Bastante. Demasiado. A simple vista se ven cuatro folios. Cada uno apretando en su interior hojas y hojas y hojas. Tomo un folio. Salen de allí impresos casi amarillos. Desordenado tengo que ubicarlos de alguna forma en algún lugar. No se por donde arrancar. Empiezo por los capítulos, voy a los títulos, luego a las frases, a las letras. Todo está mezclado y perdió un poco su coherencia. Dejé de entenderlo. Me siento mareado. Dejo las hojas sobre el escritorio y me voy a la cama a descansar boca abajo con un brazo colgando y el otro debajo de mi pecho como para que en cualquier momento se duerma y empiece el cosquilleo. Necesito esa siesta. Después veré como es eso de ordenar la vida.