Apoyada contra la pared, al lado de un poster arrancado, con su saco violeta hasta el piso. Apagó otro pucho y se le cayó un recuerdo. Se le patinó de la mano. Lo piso con la punta del pie y lo empujó hacia el cordón haciéndose la boluda.
Diego la espiaba desde la ventana del edificio. Se peinaba los secretos que se le habían juntado entre las orejas. Y de su boca escupió un mechón de pelo. Lo dejó caer a la vereda.
Dos semanas antes alguien pegó un poster en la pared. El poster anunciaba a una pecosa que cantaba en un bar. Haciendo covers. Terribles covers.
El bar se había llenado de ojos y oídos y a ella le temblaban las notas en la garganta. Se tomó uno o dos gin tonics antes de subir al escenario.
Terribles covers.
Después de la última canción se acercó a la barra a tomar otro trago. El salón casi oscuro o casi vacío a sus espaldas. Diego se acercó a ofrecerle un mechón. Ella se lo puso sobre la lengua y tragó. Le dio la mano. Y en la mano le dejó un cigarro. Le despeinó con un susurro un secreto. Se puso un saco azul hasta las rodillas. Se fue, haciéndose la boluda.
Un mes después a Ana se le ocurrió preguntarle a Diego qué le pasaba. Diego se quedó callado. Estaban en el buffet de la facultad y Diego se quedó callado. Ana lo tomó de la mano, se acercó a él. Lo miro a los ojos. Le preguntó qué le pasaba.
Diego escupió un mechón de pelo. Ana se paró asustada. Le soltó la mano como un látigo. El resto de los estudiantes se quedaron contemplando la escena. Cómo Diego vomitaba pelo negro sobre la mesa del buffet.
En el baño del bar quedaban pocos azulejos. Quedaba un porro mojado en el lavatorio. Un poster arrancado. El picaporte de la puerta estaba flojo. Y encerrados en un cubículo dos personas. Gemían como amándose. O comiéndose.
Ana un día se puso un saco violeta que le llegaba hasta el talón. O un poco más. Se sintió especial al notar que Diego la miraba. Olvidó que tenía un lunar en el brazo. Un lunar peludo apestoso. Un lunar verguenza. Se olvidó. En su cabeza estaba solo ella, envuelta en terciopelo violeta, y dos ojos marrones que la miraban desde una ventana.
El día que Diego volvió a ver a la pecosa la invitó un gin tonic. Le contó sobre la escena del buffet. Se atrevió a mirarla a los ojos mientras le decía que sus covers eran terribles. Y le mintió sobre Ana.
La pecosa se fue. Ya no aguantaba más tanto olor a pelo. Todo el bar. Todo el baño. Todo era un agobiante olor a pelo.