Con "do" de domingo
El pantalón abrió la boca y se comió las dos piernas hasta la botamanga. Los pies se asoman curiosos por abajo y corren a unas medias que se hacen los zoquetes. Las alcanzan, y las medias a pura carcajada envuelven cada pie con cuidado de embocar el talón en la partecita donde va el talón. Las zapatillas, dúo inseparable, se acercan corriendo con la lengua afuera y los cordones colgando. Se calzan en su correspondiente lugar y tocototean por el piso. Y ahí hace su aparición la remera-de-mangas-cortas, porque aunque ya sea otoño parece que el sol no se quiere despedir. La mano busca por el escritorio las gafas de marco grueso y vidrio fino, que se ubican adelante de los ojos que, contentos, acomodan su iris a gusto y piacere. Por las dudas el otoño se decida a despedir al sol, el pullover finito cierra el ciclo, colocandose en el torso y entregándose por los brazos. Y ahí nomás. El pullover está hasta las manos.
La bufanda espera desde el perchero el momento de su aparición. Los guantes desde el cajón sacan cuentas de cuantos días falta para el invierno, pero no le alcanzan los dedos. Cada prenda intenta decir algo, pero no pueden evitar ser parte de una muda de ropa.