Otros tantos que no soy
Esperando encontrar una moneda entre las sábanas para poder comprarme cigarrillos, terminé encontrando un pasaje hasta Misiones. Tuve que ir, por eso de que el tren de las oportunidades no pasa dos veces. Cuando llegué busqué un hotel y encontré como cien. Decidí pasar una noche en cada uno, anotándome con nombres diferentes. Luis, Alejandro, Diego, Marco, Leo, Paco, Ramiro, Franco. Y siempre el mismo apellido: Fontana.
Ayer llamaron a casa y atendió mi esposa. "Equivocado" dijo. Cuando cortó me miró a los ojos. Dejé de untar la tostada con la mermelada de damasco. Apoyé el cuchillo sobre el mantel. "Preguntaron por Mariano Fontana". Tomé una servilleta de papel y me limpié la punta de los dedos que estaban un poco pegoteados. Se sentó frente a mí. "¿Me vas a explicar de una buena vez qué está pasando?". La miré fijo y puse mis ojos de pajarito que según la historia de nuestra pareja debían generar un poco de compasión en ella. Su boca cada vez más chica y las cejas serias me mostraban una cara implacable. Ésta vez parecía que iba a tener que decirle la verdad. O pensar una buena excusa rápidamente. Desde que había vuelto de Misiones que llamaban para preguntar por un Fontana distinto cada día. Siempre lograba esquivar la situación de alguna forma, a veces un poco de música servía. Pero el grabador estaba en lo del técnico porque se había dañado el láser. Tomé la tostada y me comí un bocado, dándome energía nutritiva por un lado, y tiempo esencial por el otro. Mi mujer no se inmutaba. Estaba petrificada delante mío, con su mentón sobre la mano y el codo que le seguía, apoyado en la mesa. Por un momento creí que estaba congelada realmente. Como si estuviese leyendo mi mente pestañeó. Tragué el cacho de tostada y damasco. Ni bien intenté hacer el movimiento para tomar la taza que estaba en la mesa ella me detuvo con un "Dejate de joder, che. Decime qué está pasando".
Recuerdo ahora que en el colectivo hacia Misiones me senté junto a una mujer muy mayor. Ella se bajó en Corrientes, no se bien en qué ciudad. En el camino me había contado de sus nietos, de sus nietas y de su bisnieto. Mientras me contaba con lujo de detalles la historia del nombre de cada uno, yo pensaba en cómo sería envejecer. En si me vería igual que mi viejo, o si tendría un poco más de suerte. Me imaginaba con problemas de espaldas, aunque sin inconvenientes para alzar a mis nietos. Siempre me imagino con nietos. Pensaba en diferentes cenas familiares con chicos corriendo por todos lados. Al lado mío, en cada imagen, estaba una mujer distinta. Una era ella, obviamente, mi esposa. En otra, la viejita que estaba al lado era Mariela, la noviecita anterior. A veces aparecía una mujer indescifrable, de cara enigmática. Quizás hecha de retazos de varias otras. Nunca era la misma. Nunca estaba solo. Seguía pensando en cómo envejecería. Y en dónde. El departamento parecía ser una posibilidad poco probable. A veces me imaginaba la casita en la costa, o una bien antigua como la de mis abuelos. Para cuando la anciana me estaba contando cómo había sido el parto del bisnieto yo ya había proyectado cientos de futuros diferentes. Cientos de futuros yoes que no iban a existir. Tirado en la cama de una de las habitaciones de uno de los hoteles (donde me llamaba Fernando) pensé que al volver debía hablar seriamente con mi hermano y decirle que ya no quería seguir trabajando en la ferretería de papá. Claro que todavía no me animé. Aunque no es que no me animé, es que no se si realmente quiero. Debe ser un capricho nomás. Ganas de cambiar porque no puedo cambiar más.
Mi esposa me sigue mirando fijo pidiéndome una explicación. Yo que no puedo articular muchas palabras en mi cabeza decido empezar a hablar. "Ese viaje a Misiones. ¿Te acordás?". Asiente, seria. "Una noche salí a tomar algo, a un bar", toda mentira tenía un poco de realidad, "y ahí conocí a un tipo que me dijo que podía conseguirme contactos para generar un convenio con unas ferreterías de Capital Federal que...". Efectivamente la palabra "ferretería" conseguiría mi objetivo de disuadir a mi mujer de querer seguir sabiendo sobre el tema. Resopló, se levantó y se fue murmurando "tanta historia para eso". Me quedé con mis tostadas con mermelada de damasco y pensé en comprar una de frutilla hoy. Nunca comí mermelada de frutilla creo.
Hoy obviamente volví a comprar la de durazno. Porque de frutilla no había. En realidad había una, pero no se si era rica porque la marca esa no la conozco. La próxima me fijo bien.
En uno de los hoteles de los que me fui sin pagar había conocido a una pareja de mexicanos que estaba de paseo por Argentina. Habían recorrido todo el sur y ahora querían conocer las cataratas. Creo que ella era mayor que él, y cuando él se reía de algo ella lo miraba con ternura. Se llevaban bien. Cuando los miraba recordaba como eran los primeros días con Mariela. O con mi esposa actual. Pero estos mexicanos estaban juntos desde hacía tiempo. Ahora me acuerdo, lo gracioso era que se llamaban Guillermo y Guillermina. Como si estuviesen hechos el uno para el otro. De todos modos, odiaban ese parecido ya que al grito de "Guille" ambos se daban vuelta. Eran una linda pareja. Se reían bastante.
Recién, hace unos minutos, llamé por teléfono a una amiga. No recuerdo bien por qué la llamé. Fue más bien un impulso. Me atendió y le dije que la llamaba para pedirle el número de otro amigo. Pero no la llamé por eso. "Qué casualidad" me dijo ella entre risas. Me pasó el número. Y me dijo que lo curioso era que me quería llamar. Pero que no sabía si llamarme o no. Que esa misma tarde había ido a su negocio un tipo igual a mí Que, obviamente, pensó que era yo. Que pasó el papelón de su vida, que lo saludó con confianza y el tipo nada que ver. Que no sabes lo parecido que era. Que cuando el tipo le paga con la tarjeta se quedó asombrada. Que mira en la tarjeta y que si bien el tipo tenía otro nombre, Raúl, tenía mi mismo apellido. Que se quedó re sorprendida. Que le hizo el comentario al tipo pero a él no le hizo mucha gracia. "¿Y qué te compró?". No se acordaba. "Bueno, debe ser un familiar perdido." Un gemelo malvado dijo ella como una broma tímida. "Gracias por pasarme el número". No, de nada. Ah, sí, se acordó de lo que había comprado. Era un saquito de lana para el nieto, que cumplía un año. Un abuelito cuarentón el Raúl Fontana.